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Revista Jurídica Digital UANDES 2/1 (2018), 42-58 DOI: 10.24822/rjduandes.0201.4 54 Lo peculiar del juramento de Jacobo I era su propuesta e intento de pasar de lo institucional, como era común en los problemas medievales, a ser algo personal y unilateral transformado en instrumento del engrandecimiento regio. Un soberano con poderes casi absolutos que incluso podía disponer de la vida o muerte de sus súbditos, y todo ello justificado a partir de sus creencias religiosas, así como de los comportamientos ético-morales deducibles de las mismas, que tenían en la conciencia recta la máxima expresión de la misma. En razónde suproceder, en el que no se respeta siquiera lo más íntimo de los espacios alternativos y propios, Jacobo I será considerado como aquel que vuelve a dividir la Cristiandad, haciendo del juramento un vínculo por el cual quedarán los príncipes cristianos conjurados en una guerra común contra la unidad de la Iglesia representada por el papa. Por lo mismo, no era solo un intento por ampliar los seguidores de su causa sino que, de manera activa, era un enfrentamiento manifiesto hacia Roma y la catolicidad. No era ya posible siquiera una reconciliación política, puesto que se entendía que la religión caminaba también de la mano. Al fomentar la parcelación religiosa de Occidente, Jacobo I estaba modificando el concepto clásico de pueblo. La sociedad clásica medieval que era unitaria y jerárquica, aparecía transformada en razón de dicho juramento. El centralismo de Jacobo I, además, se sustentaba sobre el debilitamiento de la nobleza y de la Iglesia, por lo cual se rompía el principio clásico que había mantenido el antiguo régimen, que se basaba en la compensación de poderes, no permitiendo que la fuerza recayera en un solo individuo, aunque este fuera el propio rey de Inglaterra. Suárez denunciará atentamente el peligro de una política absolutista; pero Jacobo I y aquellos que le siguen no se harán problema de la razón del traslado y uso de lo religioso para la política de Estados sin comprender sus matices y consecuencias posibles, desprestigiando de hecho la Defensio fidei del jesuita. Bajo la unidad del Sacro Imperio, controlado primero por los papas, y después con el equilibrio de fuerzas del Renacimiento, los pueblos adquirieron conciencia de constituir una potencia capaz de actuar en la política, dominada clásicamente por la realeza y el sacerdocio. La consecuencia concreta será que la persecución de Jacobo I no fortalecerá la monarquía, sino que la dejará al descubierto, en razón de haberse esta opuesto radicalmente al contrapeso de la nobleza frente al pueblo. Lo singular de Suárez será su audacia para entreverar la fuerza social del pueblo. Su teoría sobre la ordenación político-social corona las discusiones medievales de la Iglesia y del Imperio. Por su parte, Jacobo I extremará la tesis imperialista, defendiendo la supremacía civil y religiosa de la Corona inglesa contra los decretalistas pontificios capitaneados por la postura doctrinal de Enrique de Suso, el cardenal Ostiense, que hacían del papa jefe supremo del universo en lo temporal y en lo eclesiástico. Eran dos posturas que no lograrían un punto de encuentro desde el cual dialogar. Suárez recogió las enseñanzas de la tradición cristiana y primitiva, siguiendo a Francisco de Vitoria, deduciendo hasta el fin la distinción entre los derechos políticos de los pueblos organizados en Estados y de las naciones estructuradas con nuevas organizaciones sociales comunitarias, como se habían conocido en Castilla y en el Occidente antes de la invasión romana; reiterándose una situación similar en el Norte de España con el hundimiento de la monarquía visigoda. En su Principatus politicus , Suárez se basa en el conocimiento que tiene de las vicisitudes históricas de la organización social primitiva peninsular. Las organizaciones prepolíticas occidentales serán las que den sentido a la propuesta por Suárez en su Defensio . Por lo mismo, frente a la publicación de su obra, en 1613, Jacobo I comenzará una nueva campaña de ataque directo a Roma. Precisamente por ello, promoverá que la obra de Suárez sea refutada por los doctores de Oxford, conjuntamente con la de Belarmino, y fue también quemada en Londres y prohibida en toda Inglaterra. Los impresos hacían caminar las ideas y llegar hasta espacios privados difícilmente controlables por el poder. La justificación de quemar la obra será en razón del tiranicidio, aunque esta no era la única razón. Gerson y la Sorbona habían mantenido tesis bastante próximas, pero no habían generado problema y serían defendidas en 1561, por Tanquerel en aquella Academia. “Defensio fidei” de Francisco Suárez y su conflicto con Jacobo I
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