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72 LECCIÓN VII. bies en su comparación, que no podría satisfacer la sed de las almas; mirad los tesoros de sabiduría y belleza que hay en nuestra Santa Religión; no nos avergoncemos de pre– dicarla con el Apóstol: Non enim m·1~besco Evangeli1~m. (Rom. r). Aquí está la elocuencia. LECCIÓN VIl. Amplificctci6n. 109. Así como los pensamientos son el alma de la elo– cuencia, así la amplificación da al pensamiento aquella ex– pansión, aquel desarrollo necesario para presentarse con toda su fuerza y energía, con todo aquel majestuoso ropaje que en sus principales detalles exige el delicado gusto de un buen orador, para presentar el pensamiento tal cual es en sí, sin quitar ni exagerar, sino desarrollar; y entonces la amplificación, al mismo tiempo que vigoriza extraordi– nariamente un pensamiento, lo reviste de las formas más be– llas y galanas, realzando notablemente el interés del asun– to, y mostrando y desarrollando las particularidades que con él tienen relación, ya por medio de una comparación que la fortifica, ya por una gradación c¡ue la eleva, ya por un ejemplo que la aclara, sin que este real aumento pueda llamttrse exageración. «Entendida en este sentido la mnpli– jicación, dice el.Dr. Sáncltez Arce, no consiste en dar á las cosas una grandeza ficticia, sino en presentarlas con una grandeza real. " 110. La necesidad y utilidad de la ampl-ificación la ma– nifiesta perfectamente el P. Gaycltiez, con estas palabras : «Ella obra sobre una proposición como la savia sobre un germen, esto es, desarrollándolo, engrasándolo, y haciendo sensibles las partes que eran imperceptibles. Así es que, en virtud de la amplificación, el orador desarrolla su asunto,
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