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PROPIAS DE J,A PREDICACIÓN. 67 la Iglesia enseñan que todo esto ha de constituir la mate– ria frecuente de la predicación, como ellos mismos la prac– ticaron. Y San Efren lo hacía con tanta frecuencia y tan elocuente fervor, que era llamado por antonomasia el Pre– dicador del Juicio; como siglos más tarde lo fué en nues– tra España aquel clarín del Evangelio San Vicente Ferrer, cuyo tema constante de sus sermones, con que conmovía ex– traordinariamente á las multitudes, era éste: Timete JJmni– num, et date illi !wnorern, r¡nia venit kom j1tdicii ejus, et adorrtte ewn. (Apoc. xiv, 7). 95, Grantle es la impresión que causan estas verdades terribles al oírlas enunciar con aquel fervor apostólico que conviene desde el púlpito: la predicación de las postrime– rías, durante todos los siglos de la Iglesia, ha producido innumerables frutos de conversión en las almas. Cuando se exponen debidamente éstas, que llamaríamos clásicas ver– dades, siempre parecen nuevas, siempre tienen la misma fnerza, la misma energía, sin que jamás la pierdan . En las santas Misiones lo experimentamos siempre: al trueno de estas verdades se rompen los malos tratos, se dejan los concubinatos, se restituye lo mal adquirido, se detestan los pecados, múdanse las costumbres, y todos tratan de su sal– vación. La predicación de los novísimos habría de ser fre– cuente, pero hecha del modo que requieren asuntos tan im-· ponentes. ~o encontramos dificultad en admitir lo que dice un moderno escritor, que «Una de las principales causas de la corrupción de costumbres, es que no se predica bas– tanteó se predica mal sobre estas graves materias., ¡Y sin embargo, son de tanta trascendencia! «En estos asuntos, dice San Ligorio, se habla á todas las inteligencias, se tra– tan sin violencia las necesidades más apremiantes de la vitla y los momentos más solemnes de la existencia." 96, Gustosos trasladamos aquí esta elocuente y conmo– vedora página del Sr. Bravo: «Traspasando, dice, los lími– tes dé la cárcel estrecha en que vivimos encerrados, las postrimerías nos revelan, en efecto, el. porvenir eterno que nos está reservado, llevando al corazón afligido la resigna– ción, y al alma contristada el consuelo de días venturosos y de la posesión eterna de Dios.

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