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DE LA ELECCIÓN DE lllATERIAS. 57 •lor político. Sin embargo, el gobierno de los hombres y la dencia de este gobierno tienen bases esta!Jlecidas por Dios .Y leyes dictadas por El mismo : señalar á los reyes y á los pueblos esas bases inmobies y explicarles tan Hapientísimas leyes, alguna vez es conveniente, y otras necesario: así fué •¡ue los Santos Padres se ocuparon á menudo en la ~~xposi­ eión de la verdadera ciencia política; y esto lo hici•:ron n<• sólo en tratados científico-religiosos que no destinaban para el púlpito, sino también predicando á los fieles desde l;t e:'t– tedra del Espíritu Santo; unas veces exponiendo el Santo J<~vangelio, ó las Epístolas de San Pa!Jlo, y otras explicam1o los planes de la Divina Providencia, ó vindicándola de hs acusaciones de los infieles y de los herejes, ya consolando á sus oyentes amenazados de sufrir los castigos impuestos por la justicia humana, ora para hacer entrar en el orden á pue– blos agitados por conmociones públicas, y con otras mil oca– siones., Cuando, pues, haya necesillad de tratar tales ma– terias, los Santos Padres deben servirnos de modelo con su prudencia, su tacto exquisito, su celo por la salvaciím de las almas; pero jamás ni la hunuum polítiea, ni cuestiones filosóficas, ó materias científicas ó puramente humanas, ja– más, repito, han de ser el fin de .nuestra predicación, por– que esto sería olvidar y renegar de nuestro ministerio. Un oyente instruido podría decir: 'l.'engo Academias, fre– cuento Liceos; sé mejor que tú esta cuestión de física, tle política, de bellas artes, de historia, de literatura; yo sólo he venido á oir la palabra de Dios. Afirmamos antes de con– cluir, y no podemos desconocerlo, que todos estos ramos de la ciencia humana en casos determinados pueden embelle– cer, ilustrar más un sermón; pero todo esto está muy lejos de que jamás pueda constituir el fondo ó la forma de la pre– dicación evangélica. Dirija el orador cristiano su mirada oportunamente al campo de la ciencia Jmmana, pero sin abandonar jamás la elevada esfera de la revelación, sin des– cender jamás al campo turbulento de las pasiones humanas, como el sol que envía los rayos de su luz á todos los confines de la tierra, sin descender de sus alturas. Que nuestra pa– labra sea la verdadera palabra de Dios que no admite opi– niones humanas, ni disensiones filosóficas para su eficacia,

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