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56 LECCIÓN V. -NECESIDAD le será lícito á la Iglesia de Dios gritar contra el lobo, dar el grito de alerta, á fin de que no se disperse su grey? ¿Es– tará obligada esta Madre querida á mirar impasible y con ojos enjutos la perdición, el degüello de sus hijos en las garras del lobo? Jamás. Para nosotros está resuelta la cuestión. 70. Sin embargo, tratándose de humana política, esto ya es otra cosa. Jamás nos ha parecido ni prudente, ni acer– tado, ni juicioso que el orador sagrado se meta en el púl– pito á tratar de soluciones políticas y formas de gobierno determinadas, porque esto además de desacreditar nuestro sagrado ministerio, encona en gran manera los ánimos de aquellos que no son del mismo parecer, y se valen áun de este pretexto para no oir la divina palabra y continuar en sus vicios y pecados. Este punto es muy delicado, sobre todo hoy día que los enemigos de la Iglesia ya han gastado esta frase de puro repetirla.: «Los sacerdotes se meten en política." Si piensan que con esto van á cerrar la boca del sacerdote, para que como perro mudo calle y no intime á los hombres las eternas verdades y les enseñe sus deberes, van del todo equivocados ; pero sí que esto debe hacernos muy prudentes para bien de las mismas almas, pues todas tienen derecho á nuestras instrucciones, y para todas ha de ser nuestra caridad, mucho mejor cuanto más necesitadas, á ejemplo del Buen Pastor. Celosos predicadores ha habido que, por no haber hecho atención á estas reglas, han malo– grado el fruto de sus sermones. Y si áun á predicadores, á experimentados misioneros de largos años en su santo mi- – nisterio, que usaron lo sumo de la prudencia sobre el par– ticular, la maligna crítica impía tergiversab<t sus sermones para acusarlos, 1d caperent in Se1"'f1Wne, como á :i'Tuestro Señor Jesucristo, ¿qué será para el que imprudente en el púlpito meta sus pasos en este terreno de la humana polí– tica, de suyo tan peligroso y resbaladizo? «Un predicador, dice el Dr. Martínez, que tratase estas cuestiones desde las tenebrosas y estrechas honduras ele las opiniones humanas , profanaría su ministerio, excitando la indignación de los fieles sensatos, que no presenciarían sin rubor el triste es– pectáculo de un orador sagrado convertido en un declama-
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