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DE LA ELECCIÓN DE l\IATERIAS. 55 <lio de las Sagradas Escrituras y Santos Padres: así lo di– "'"n su biógrafo Auger, y su sucesor en la Academia M. Ru– t.hiere. "Nadie negará, continúa el P. l\;lartínez, el gusto y huen j uício de Blair como didáctico; á la vi~t<t tenemos la •:olección de sus sermones (publicada en cinco volúmenes), y son discursos fríos que no interesan al corazón: las mate– das de que trata bastarían por sí solas para ahogar la elo– <:uencia del orador, y no hay más que recorrer los ínelices para convencerse de ello : Sobre la dulzura;- de los debe– res de la juventud;- de los deberes y consuelos de la ve– jez;- de las ventajas del orden;- sobre el candor;-sobre la sensibilidad. Estos y otros parecidos asuntos en que se ocupó Blair ¿podrán ser nunca el objeto de la predica– ción evangélica? ¿servirán de pábulo á la elocuencia sa– g-rada? 69. Aquí se ofrece una gran cuestión práctica y de mu– cha trascendencia hoy día, que de ninguna manera podemos pasar por alto antes de conduir esta lección, como á muy interesante para lo~ predicaelores ele! Evangelio. ¿Debe el orador cristiano rehuir toda idett filosófica ó científica ó política? A primera vista la resolución del caso podrüt pa– recer dificil ; pero una buena dosis de sentido común de parte del pueblo, y la caridad, ciencia y experiencia ele parte ele! ministro de Dios, resuelven perfectamente la cuestión. Hagamos esta sencilla reflexión: todos los intereses mate– riales, eu cualquier orden que sea, están subonlinados á la ley de Dios, y el predicadur, que es el intérprete de esta ley, el órgano de Dios, debe siempre manifestar los extra– víos de la razón y del corazón humano, sea en el individuo, sea en la sociedad, porque tanto uno como otra, con todos sus códig-os de leyes, ltan de estar subordinadas á la ley eterna de Dios y ser conformes á ella: las naciones cristia– nas han de estar además sujetas al Santo Evang-elio de .Je– sucristo que profe~aron, y en cuya defensa tanta sangre de– tTarnaron sus hijos. Por consiguiente, ¿será obligación del sacerdote defenüer esta Religión de la cual es su augusto ministro? ¿le será lícito descubrir todos los fraudes, men– tiras, calumnias y arteras mañas de que se vale el infierno ¡mra destnúrla? Y venga de donU.e viniera el enemigo, ¿no

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