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42 J,ECCIÓN !V.-SUS FUENTES autenticidad son pruebas que en gran manera corroboran el discurso al mismo tiempo que lo amenizan. La historia eclesiástica es la gran maestra de los hijos de la Iglesia, y sus arcanos abren los tesoros del pasado y del presente, mientras que arrojan destellos luminosos en el seno del por– venir; ella nos enseña mucho mejor la Religión, su espíri– tu, su influencia, sus progresos, sus victorias, y nos llena de confianza; con la experiencia de tantos siglos nos de– muestra triunfante la verdad católica, los sofismas refuta– dos, las herejías vencidas, los enemigos burlados, las tra– mas que ellos urdieron, y las armas con que fueron den·o– tados. Esto instruye mucho, y presta nuevas armas y bríos á los defensores de la verdad, y les hace más diestros para el combate que la Iglesia ha de sostener contra el infierno hasta la consumación de los siglos. Esta preciosa historia está esmaltada con las vidas de los Santos, de los Mártires y Confesores, Sumos Pontífices y emperadores, cristianos fer– vorosos de todos tiempos; allí se admiran los Concilios, esrts grandes asrtmbleas de la Iglesia y sus sabias decisio– nes. Allí, en una palabra, se recorren las grandes etapas de la Iglesia, y se cantan sus epopeyas gloriosas. Ella siem– pre es oída con gusto, y sirve admirablemente para confir– mar las verdades de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, haciéndolas comprensibles á todas las inteligencias de un modo muy duradero; pues la doctrina que va unida á hechos sensibles, se graba más profundamente en el espíritu y en el corazón. 51. 5. 0 A todo esto hay que añadir: La ciencia de la vida espiritual: la filosofía m·istiana: pero especialmente la logica, que es muy necesaria para la buena argumenta– ciód, instalación de pruebas y refutación de sofismas, y después la sana litcraturr~. 52. 6." En cuanto á la literatura profana, y singular– mente autores paganos, no haré sino repetir lo que dice un .esclarecido autor, el Sr. Bravo: "Hay que usar de gran prudencia con ellos, y sólo por pura necesidad, pues los ri– cos tesoros de ciencia eclesiástica que acabamos de mani– festar arriba, ocupan la vida más larga del'sacerdote, aun– que viviera centenares de años. Y es de notar la estrechí-

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