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PARA INSTRUIR, DELEITAR, ~lOVER . 37 al recuerdo de la amada Jernsalen. Eso es bellísimo, subli– me; uno asiste arrobado á esa harmonía sagrada del Salterio; allí se tocan suave y poderosamente todos los sentimientos !lel alma; con su inspirado pleetro potente hiere todas las mrerdas del Kinnor hebreo el Santo Profeta. Los hay de una belleza y moción indecible, que hacen sentir al ;tima por grados toda clase de las más vivas emociones. En ellos be– bieron grandes poetas la inspiración para sus composiciones. Y en ellos, como en los demás Santos Libros, debemos inspi– rarnos nosotros para la predicación. Bossuet antes de pre– dicar enardecía su pecho leyendo un capítulo de Isaías. No pasaba semana sin llue San Juan Crisóstomo dej ara de leer las catorce Epístolas de San Pablo, y San Bernardo se ha– llaba tan lleno ue toda la Sagrada Escritura, que todos sus sermones y escritos revelan este profumlo conocimiento. Así lo ha de hacer el predicador; de este rico venero ha de to– mar sus ideas : Comede volumen 'istud, et vadens lor¡_uere fil#s I srael, dice el Señor á Ezequiel, cap. m , 1, sobre lo cual dice San Jerónimo: "Dcvoracl, dice, este libro por me– dio ue una asidua lectura; digeriulo por la me(litaciim; ha– cedlo pasar como sustancia vuestra; de otro mouo no vayais á predicar á mi pueblo: Nisi autem comederemus volumen, docere non possumus., 45. Para manejar debidamente las Sagradas Escrituras se requiere: 1. 0 Estudiarlas con mucho respeto . 2. 0 Haber estudiado la Hermenéutica Sagrada, para que por medio de las reglas de verdadera y genuina interpretación que ofre– ce, pueda expositarse con más fruto. 3. 0 Al citarse en el púlpito debe hacerse con grande veneración y confianza, por– que es tal su eficacia, que al repercutir sn divina voz se de– rriban las murallas de J e.ricó, como en otro tiempo al eco de las trompetas sagradas. 46. ¿Qué predicador querrá, pues, privarse de aquella elocuencia varonil que engendra en el pecho apostólico el continuo estudio de los Libros Santos? ¿Dónde sino en ellos encontraremos á raudales aquella dulzura, aquella unción penetrante, aquellos ríos de leche y miel tan necesarios para nuestro sagrado ministerio, para atraer las almas extra– viadas á nuestro amantísimo Redentor? "¡Cuántos talentos
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