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34 LECCIÓN IV.- SUS FUENTES mones; merlio para mover, euificar y sentir; lenguaje del cielo; manantial inagotable de amor, ue caridad, ue doc– trina y de elocuencia; guía segurísima para no perderse ja– más en el cumplimiento del ministerio sacerdotal." Esa pa– labra de Dios es de una fuerza admirable; ni todos los razo– namientos ni discursos humanos son capaces de prestar al orauor sagrado la fuerza, poder y autoridad que ella sólo le comunica. Ella sirve de base, robustece y confirma los dis– cursos sagrados. El predicador al citar las Santas Escritu– ras debe hacerlo con todo respüo é íntimamente persuadido de su grande eficacia. "Tienen virtud como las reliquias," alguien ha dicho; y toda la razon humana no llega, ni podrá llegar jamás á la admirable elevación de las Sagradas Es– crituras, ni á la maravillosa fuerza de atracción r¡ue éstas tienen para rendir los corazones. Es el libro por excelencia de la predicación; y cuanto han dicho de sublime y grandio– so, de patético y elocuente los Santos Padres, de esas fuen– tes divinas lo han sacado. No lo extrañemos: es la palabra de Dios; citémosla con fe, y hará prodigios. 41. Jamás de labio humano salió tanta dulzura; jamás mortal alguno pudo expresarse con tanta grandeza y senci– llez; jamás torrentes de fluida y arrebatadora elocuencia brotaron como de los Libros Santos. Han reconocido esta patente veruad cuantos los han meditado y profundizado; del fondo de aquellas divinas páginas sale la luz reveladora y brillante que inflama el alma en el amor de su Divino Au– tor. "Tal vez alguno preguntará, dice San Agustín, si los escritores sagrados, además de enseñar la sabiduría fueron elocuentes: Non solurn nihil eis sapicnti~ts, verurn etiam niltil eloqucntius mihi vidcri potcst: No sólo no ha habido hombres más sabios que ellos, pero ni más elocuentes." Y lo ha probado analizando varios pasajes de la Escritura. Y en el humilde Amós, el pastor de Tecua, encuentra pasajes de uria elocuencia verdaderamente arrebatadora... y ¿qué ex– traño es que así sea, continúa el Santo Doctor, cuando fue– ron enviados aquellos escritores por el Autor mismo del in– genio y del talento? Q~tos ille rnissit q'ttÍ faát ingenia e¡, "Enhorabuena que algunos libros sagrados, en especial el Nuevo Testamento, carezcan de elegancia, se exclama el

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