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28 I,J<:!:CIÚN III.- SUS FINES: y agr:ul:tr<'rnu~, t:autivaremos los auditorios. {No sería ver– gouzo~u o¡uu mientras los profanos aspiran á poseer un len– guaje puro, brillante, enérgico para manejar con habilidad la fkdun y la mentira, la palabra de Dios fuese tratada con descuiuo, presentada en un estilo bajo, rastrero y trivial, y recitada fría y torpemente? La experiencia y el estudio del corazón humano demuestran que los más necesitan ser ga– nauos por formas atentas, y atraídos por el cebo del placer: Illurn qu·i est delectatione afj'ectus, facile quo volue~·is duces, dice San Agustín; nema jlectit7tr si rnoleste audit." 31. Y sigamos el consejo tan sencillo y práctico que en 'otro lugar nos da este gran Padre ue la Iglesia compa– rando los adornos del arte á la salsa, para que el manjar espiritual nos sea apetecible y no nos hastíe. «Mas por cuanto hay alguna semejanza, dice, entre los que comen y los que aprenuen, para evitar el fastidio de los más, es pre– ciso sazonar y condimentar áun aquellos alimentos sin los cuales no se puede vivir." Y entonces la verdad bella, se– ductora, convincente, tiene entrada áun en los corazones más rebeldes: Ita ut veritas placeat. Los Santos Padres de todos los siglos siempre la uivina palabra la usaron no– blemente, y con esto no sólo instruyeron Y .. deleitaron, sino que tuvieron el arte de comno•ve1· los corazones, que es el tercer fin de la retórica. 32. 3.• Conmover. ¡Conmover! palabra ésta á donde se dirige toda la fuerza de la elocuencia, todos sus preceptos, todas sus aspiraciones. ¡Conmover! es convencer, persua– dir, traspasar el corazón, ablandarlo, arrastrarlo, hacerse dueño de él. Noble facultad la de la elocuencia que sabe con– mover el corazón, que, puesto bajo su poderosa influencia, se levanta, se abate, se estremece, se encoleriza, se enar– dece, se enfurece, perdona, gime, llora, sufre, goza, canta, se alegra, se extasia, se sublima... ¡oh poder misterioso de la elocuencia! Con esto aparece evidente que una de las cualidades esenciales de la predicación es saber tocar este oculto resorte del corazón, es saber aplicar el plectro de la divina palabra á smi fibras tan sensibles y delicadas ; no parar hasta arrastrar la voluntad á desechar lo malo, abra– zar lo bueno, detestar el vicio, practicar la virtud, y deter-

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