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264 CONCLUSIÓN. virtud é inflamada elocuencia. Pues qué (,no fué el Capuchino Fr. Jerónimo de Narni de quien admirado dijo el cardenal Belarmino, que si San Pablo bajando del cielo predicase la Cuaresma en el mismo tiempo que Fr. Jerfmimo, iría á oir una vez á cada uno, á saber, un día al Apóstol y otro al Capuchino? Ego tdrwnq_ue alternis 'IJicibus audh·em, 1Ji– delicet una die Apostolum, ct altera Oapuccimun. Ellos fueron los que con su santa y elocuente predicación dieron gloria á Dios, dejaron bien sentado su nombre y nos legaron á nosotros sus maravillosos ejemplos. La Orden los cuenta entre sus más excelsos hijos. No se marchitarán sus lam·e– les. Ellos por medio de la predicación arrancaron tantas y tantas almas del poder del demonio, y las g·anaron paraJE– sucRISTO. Sufrieron el hambre, la sed, largos caminos, tra– bajos y persecuciones, en fin, todas las fatigas de la vida laboriosa de los misioneros apostólicos; mas también con su ardiente celo, con su palabra de fuego partían las duras pe– ñas, hacían brotar raudales de lágrimas, y el clamor de Jos pecadores se elevaba á Dios pidiendo misericordia. Sirvan– nos de estímulo estos poderosos ejemplos. Son los Lorenzos de Brindis, los Fideles de Sig·maringa, Jos Josés de Leonisa y los Diegos de Cádiz, que nos animan á la fervorosa pre– dicación, y más hoy que el mundo está tan necesitado. 637. Ni nadie debe desmayar para ejercer este tan no– ble y elevado ministerio, porque Aquel que es rico en mise– ricordia, lo es singularmente para aquellos que le ayudan á salvar las almas, y predican sus bondades y poder. Hemos de persuadirnos que así como en el cielo hay muchas man– siones y estancias, así también en la Iglesia de Dios ha de haber, y es necesario, muchas clases ele predicadores que se distingan por sus cualidades, aunque todos prediquen una misma doctrina, un mismo Evangelio; así como las estre– llas, aunque todas alumbran, difiere la una de la otra por su claridad, dice el Apóstol. Así lo ha ordenado la Divina Providencia. 638. Unos capaces por el temple de su talento de ele– varse á las más elevadas esferas del entendimiento humano, mientras que otros se adaptan perfectamente y están desti– nados para los sencillos, los ignorantes y la gente sin letras;

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