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262 LECCION XL. nes; pero después de haber servido de instrumentos á las misericordias del Señor, fuer·ou precipitados en el fuego eterno, porque se atribuyeron una gloria que sólo pertenece á Dios, y alzando soberbios la cabeza, se encontraron con los rayos que Dios lanza contra los que se elevan... A fin de evitar semejante desgracia, calculad Jo que en vuestras predicaciones pertenece á Dios y lo que os pertenece á vos mismo; entonces no hallaréis de qué glorificaros, sino de seguro mucho de qué temblar y humillaros., 631. ¡Ah! estos tales no dijeron: Solí JJeo honor et glo1·ia,· ellos no clamaron al empezar su trabajo: JJornine, in nomine tuo la:cabo 1·ete, y... por esto se condenaron ; mas nosotros, si consideramos por tma parte nuestra indig– nidad para un cargo tan elevado de apóstoles de la divina palabra, y por otra parte el mucho mayor fruto que haría– mos con mayor correspondencia á los dones de Dios, y el poco ó nada que hacemos con nuestras ignorancias, descui– dos y falta de lmen ejemplo, sirviendo de obstáculo con este mundo de pasiones á la conversión de las almas, nosotros, digo, con estas santas consideraciones fácilmente salvare~ mos nuestras almas, al mismo tiempo que trabajamos por la salvación de las del prójimo. 632. Considere por otra parte el celoso y humilde pre– clicador el premio y galardón de sus fatigas y sudores, las almas salvadas con ayuda ele sus predicaciones y desvelos que le saldrán á recibir en la hora de la muerte, y la corona de gloria que le dará el Señor al siervo humilde que jamás buscó la suya propia: Qui adjnstitiam e1"udütnt multos,ful– gebunt quasi stellfe in JHWpduas mtcrnitates. (Dan. xn, 3). 633. Esto debe estimularnos mucho á entregarnos de– bidamente al ministerio de la divina palabra estudiando to– das las reglas, y practicando todos los avisos y consejos que los Santos Padres y maestros de la elocuencia cristiana, y Jos santos predicadores nos han enseñado y practicado, para anunciar con fruto la divina palabra, y merecer después el premio celestial destinado á los verdaderos operarios evan– gélicos.

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