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258 LECCIÓN XL. la actividad del fuego sagrado . Brille la fe, haya convicción, partan las palabras de los labios del predicador como rayos poderosos que todo lo alcanzan, crucen veloces el espacio esas saetas poderosas de la palabra divina que derriten los cora– zones cual blanda cera, y en estos momentos aproveche el hombre de Dios aquel fuego interior que le devora, aque– llos vehementes ardores que ha concebido en la oración; porque, según San Francisco de Sales, el predicador que siente vivamente las cosas divinas porque las ha meditado, tiene cierta retórica del alma que supera en mucho á las más acertadas combinaciones del arte oratorio. 620. Aproveche los últimos momentos del sermón con aquellos poderosos recursos que ofrecen las verdades y mis– terios de nuestra sacrosanta Religión. Llevado en .alas del fervor, sobresalió en ello el Vble. P. Diego de Cádiz, mi– sionero capuchino. En una relación de las Mij;iones de Va– lencia en Marzo de 1787, decía·!le él un testigo ocular: "Donde echa el resto de su eficacia, elocuencia y ternura es ea el Acto de contrición. Es imposible haya corazón tan duro que no se ablande con los suavísimos afectos que dice á .Je– síts crucificado, con quien se estrecha tan vivamente, que pa– rece Jo quiere entrar en su corazón. El de los oyentes, ya se comprime de dolor, ya se deshace enviando raudales de arre– pentimiento á los ojos: es en fin, un nuevo modo de conver– tir no visto, ni oído por nosotros hasta ahora. Confieso que, si no se hubiese compungido mi alma en este lance, me con– taría entre los réprobos, ó Jo tendría por señal de precito... Su rostro se enciende en amor de Dios, sus ojos se deshacen en lágrimas, y no hay espectáculo más digno y tierno que ver al P. Cádiz con el Crucifijo en la mano: con esta divina arma no hay para él resistencia humana: caen los muros de la soberbia, el babel de las pasiones se aniquila, y se des– hace el edificio Lle la incontinencia; todo es blanda cera á la voz y expresiones del P. Cádiz., 621. Nos permitiremos todavía trasladar aquí lo que otro dice en su relación de las Misiones que dió en la ciudad de Murcia en el mes siguiente, Aeril de 1787. Después de describir la maravillosa predicación del P. Cádiz, continúa: «En el Acto de contrición y con el Crucifijo en las manos, es

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