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254 LECCIÓN XL. est. Porque los predicadores son también como la boca de Dios por la cual habla á su pueblo; son las sonoras trompe– tas de Israel que han de estar siempre á la disposición de Dios por medio de la oración, para repercutir por toda la tierra como la de los Apóstoles, siempre que sea su divino beneplácito: In omnem terram exivit sonus eor?tm; et in fines orbis terrm verba eor7tm. (Ps. xv111). 613. La unción y la piedad dimanan del sentimiento in– terior de las cosas de Dios, de aquel sabor espiritual con que el alma gusta de las cosas divinas, que parece se pega á todo cuanto trata y pasa por sus manos, comunicándoles aquel sabor espiritual, aquel calor, aquella suavidad, aque– lla compunción; sin esta unción, las cosas de sí más eleva– das permanecen áridas y sin grande atractivo, mas esta unción persuasiva y suave sólo en la oración la comunica el E spíritu Santo á sus predicadores; en la oración está aquel magnífico arsenal para proveernos de toda clase de armas espirituales contra las potestades infernales, á las cuales queremos arrebatar las pobres almas que gimen cautivas. Predicadores de la divina palabra, acordémonos de estas memorables palabras de Judit: jJ1 emo1·es estote Afoisis servi .Dei, qui A malee non f erro pugnando, sed precibus 8anc– tis orando, dejecit. (Judith, IV, 13). 614. La oración, pues, es una magnífica preparación próxima, y por esto los santos prellic<tdores la han ejerci– tado de varias maneras, como también la han recomendado. Unas veces c>freciendo el Santo Sacrificio de la Misa. «Subid después de su celebración al púlpito, decía uno, porque los demonios temen aquellos labios que relucen mojados con la sangre del Cordero. " Otros haciendo visitas al Santísimo Sacramento, que era el gran recurso del apóstol de las In– dias, San Francisco Javier, quien decía: "Más conversiones se consiguen orando al pie del altar, que pronunciando en el púlpito los más hermosos trozos de elocuencia." Ya acu– diendo á la poderosa intercesión de la VIrgen Santísima, del Patriarca San José, patrón de la Iglesia, y de losAn– geles y Santos, y después de haber hecho de nuestra parte todas las diligencias necesarias, entonces, sí, desplegar nuestros labios con toda confianza en Aquel que nos ha di-

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