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252 LECCIÓN XL. que se defiende, y en olvidarse de sí mismo; y los predica– dores, nuncios de la buena nueva á todos los países del uni– verso, vean cómo serán más grandilocuentes cuanto más se olviden de sí mismos y todo lo atribuyan á Dios, cuanto más con humildad y recta intención en su palabra inflamada canten la gloria del Altísimo. 610. 2. 0 .E'sph·itu de oración. Consiste en aquella ín– tima comunicación con Dios. La oración es el recurso de los Santos. Aquella gran sabiduría, aquella suave unci6n en las palabras y en los escritos de los Santos Doctores de la Igle– sia y de tantos apostólicos varones, aquellos frutos de con– versión admirables, en vano buscaríamos en otro lugar su origen que en la oración. Esta era la fuente á donde acu– dían. Nada de provec!to hará ttn p1·edicador si no tiene este cspiritn de oración. Son una nube de testigos que afir– man esto; sería una temeridad, intentar un imposible, que– rer citar los Santos Padres y escritores que formn,n coro en proclamar muy alto la verdad de la proposición sentada: 'l'engámosla presente los predicadores. 611. Es muy notable lo que hacían los Apóstoles: Nos 'IJero orationi et ministe1·io toerbi instantes erimus. (Act. VI, 4). Observemos que la oración precedía como preparación á la predicación evangélica. Si algunos no consideran nece– saria la oración porque sus sermones son meramente cientí– ficos, tanto peor para ellos; nosotros hablamos á los que realmente predican, esto es, anuncian el Evangelio de Dios á los hombres. Jamás los Profetas hablaron al pueblo sin haber consultado con Dios, sin recibir las órdenes de su vo– luntad sobemna. Ved sns frecuentes fórmulas, tan expresi– vas para intimar á los pueblos sus divinos mandatos: Ií cec dicit IJominus; IJomim(s loC1dttS est; .4 udite verlntrn IJo– mini. :\Ias sin la oración ¿á qué cosas no se expone el pre– dicador? ¿No será su sermón algún alambicado discurso? O cuando menos ¿no será considerado por muchos como pala– bra humana privada de aquella unción y fuerza sobrehumana con que Dios sabe revestirla, cuando á El se acude? No conviene subir al púlpito, enseña San Agustín, sin que an– tes se llene el predicador en la oración de aquellos santos afectos, cuyo desahogo ha de formar propiamente su sermón,

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