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246 LECCIÓN XL. ni una palabra, bastaba que predicase con su ejemplo. 'l'al efecto causaba su santa presencia. Por esto, cuando predi– có en su primera Misa, el auditorio, anegado en lágrimas, estaba en gran manera impresionado. "¡Ah! decían, hemos visto el amor divino brillando eu su semblante y en todos sus movimientos, y nos hemos convertido., ¿Quién ignora los efectos producidos sólo con su presencia en el púlpito por aquellos apóstoles de Italia un P. Séñeri, un San Ligorio? Aquel aire conmovido, aquella expresión patética, aquellos rostros transfigurados por el amor divino ¿á quién no han cau– sado honda impresión? Los grandes pecadores se golpeaban el pecho, sus duros corazones se conmovían. uPero ¿quién no ha sido testigo alguna vez de una peroración de este gé– nero, se exclama un escritor moderno? ¿Quién no ha oído á uno de esos predicadores intachables cuyas palabras hieren en el alma y se graban profundamente en la memoria?... " La vida edificante no puede menos que animar las almas á la virtud, y disponerlas á recibir con fruto la palabra de Dios. Se cuentan conversiones de pecadores que menos in– fluyó para su conversión el sermón cuanto la modestia y presencia edificante del sacerdote, el modo agradable y ca– ritativo de tratar á sus amados oyentes. 594. uPar otra parte es un hecho comprobado, dice el Sr. Bravo y 'fudela, que la santidad contribuye admirable– mente á la elocuencia: forma parte esencial del genio apos– tólico; es la qt1e inspira las grandes ideas, los sentimientos elevados, los nobles y g·enerosos arranques y todos esos su– blimes rasgos que hacen latir los corazones, llenan .de ad– miración y arrastran las muchedumbres. La santidad en– seña á hablar de la Religión, de los misterios y de las virtu– des con fe, con alma, con intelig·encia y con unción." Este es realmente uno de los grandes secretos para predicar bien y con fruto, pues la santidad aumenta al brillo de la fe, el ánimo y firmeza de la esperanza y el fuego sagrado de la caridad, y todo esto produce una firme é inquebrantable convicción, y cuando hay convicción se sabe sentir y se ha– bla verdaderamente con elocuencia: .Si 1YJpletr.e fuer·int nu– bes, imbrem supe1· terram e.ffuntlent, ha dicho el Espíritu Santo. (Eceles. XI, 3).

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