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234 LECCIÓN XXXIX. LECCIÓN XXXIX. Ge6to 6 lengua.je de a.cci6n. 558. Para que la expresión uel hombre sea digna, ma– jestuosa, agradable y variada, y afecte más la humana na– turaleza, el Criador le ha dotado de todos aquellos instru– mentos y requisitos necesarios, con los .cuales pueda sensi– bilizar y poner á la vista de todos, sus pensamientos y afecciones; acompañando los signos exteriores de la acción á Jos grados de calor y activid>td que su espíritu y su cora– zón experimentan. 559. Si el órgano de la voz es este maravilloso y prin– cipal instrumento, como lo afirma el orador romano: Ad nc– tümis tt.n~m atqne lattdern, ma.ámam sine dubio partem vox obtinet, no es menos cierto que la acción es su verda– dero complemento, y en cierto modo es el eco de la misma voz, que sabe reproducir con gestos Jo que ésta ha pronun– ciado. Y hay quienes son tan h;íbiles en ello, ya por facili– llad natural, ya por necesidad, como Jos mudos, que causan admiración al ver cúmo se clan á entender con el solo auxi– lio de Jos gestos, sin que para nada necesiten la leng·ua en a(ruella animada acci6n tan propia y expresiva. Y es que los gestos siguen la voz, y cuando ésta falta quedan los ges– tos, que expresan cuanto sentimos, y se dan á comprender en todos los idiomas y países. 'r odo el mundo comprende los movimientos <le ira, de furor, de amor, de compasión, de agrado ó de reprobación. Dasta á veces un movimiento de manos, un simple saludo, una mirada para conmovernos, [Jara comprender los sentimientos de otro; y por esto aun– que no entendamos un idioma, fácilmente un signo, un ges– to, una expresión, establece entre nosotros cierto lenguaje muy vivo. Vemos los mudos qué hábiles son para manifes– tar por señales sus ideas y sentimientos.

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