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232 LECCIÓN XXXVIII. 5." El acento provincial exagerado. 6. 0 Hablar frecuentemente con énfasis, porque entonces nadie para atención á lo que se dice. 547. 7." Pronunciación siempre igual; voz semejante al martilleo del herrero; monotonía enfadosa, capaz de disgus– tar á todo el mundo. Siempre, siempre tocando la misma cuerda. 548, 8." Cuando un predicador comienza y continúa en tono alto como si hablase á los Angeles, ó á gentes que es– tuviesen suspendida~ de las bóvedas, como dice un escritor. Es ser incivil y muy poco atento hacer reunir tantas gentes y no decirles una palabra. 54.9. 9." Desigualdad de voz; como aquellos que, dando un grito desaforado, bajan de repente á un tono tan imper– ceptible, que los que están algo dista11tes se quedan en ayunas y pierden el hilo del sermón, quedándose bien mo– lestados. 550. 10. Abuso de voz con sermones muy largos, ó con entonación muy elevada y fuerte. III.- REGLAS PARA CONSERVAR LA VOZ. 551, Todos los escritores de Sagrada Elocuencia convie– nen en que un timbre de voz simpático y harmonioso es un don que se debe á Dios, que el arte no puecle otorg·ar; mas también están concordes en que hay medios poderosos, tanto para corregir los defectos del órgano de la voz; como para conservar instrumento tan precioso y necesario para la pre– dicación. Todo lo cual debe animar mucho al ministro de Dios, singularmente á los misioneros, viendo que con alguna diligencia de su parte pueden estar siempre aptos para la viña del Señor, observando en cuanto á conservar la voz las siguientes Reglas: 552. Regla l. • Uno de los grandes cuidados que ha de tener el predicador, es no abusar de la voz y no fatigarla, ya en el púlpito con gritos demasiado violentos y predica– ciones muy largas, ya fuera uel púlpito con inútiles y larg¡ts conversaciones, cantos no necesarios, disputas y contesta– ciones vehementes.

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