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222 J,ECCIÓN XXXVII. según Cicerón adorna de tanta belleza y dignidad el cli~o·n¡· so? 8plendore 'Vocis et dignitate mott~s lit specioswu t•l illust?·e qtwd dicit1w. Una fe viva, una persuasión íntima de la grandeza y sublimidad del ministerio evangélico, Jlll-· va eonsigo grandes ventajas para accionar bien; por el con– trario, si el sacerdote no se persuade de las excelencias clc' su magisterio, en este caso sn acción decaerá visiblemente·, será indigna de la grandeza de Dios. 525. Para muchos es considerado poco menos que inútil "fijarse tanto en la acción oratoria, por parecer cosa muy fá– cil, y sin embargo es cosa bien difícil, como lo es despren– derse de los malos hábitos y aclquirirlos buenos, y que por más natural que parezca una c.osa, aquí es en donde convie– ne recordar lo que dice Quintiliano: lvihil licet esse pe?1ec– twn nisi ubi nattwa cm·a ju·¡,atw·. Se ha observado que son poquísimos aquellos á quienes acompaña una buena ac– ción 01·atoria. Todos los talentos necesitan más ó menos del arte; esto es indiscutible. Todos saben los grandes es– fuerzos que hizo el orarlor griego para vencer su naturaleza ingrata; la domeñó con la aplicación y el ejercicio, y consi– guió las disposiciones que aquélla le había negado, y esto en tan alto grado, que Filipo pudo decir que temía más la elocuencia de Demóstenes que las ari11as de todos los griegos. 526. Se han dado reglas hasta la minuciosidad sobre esta parte tan difícil y descuidada de la Retórica, lo cual hace ver su absoluta necesidad para ser un buen orador; aun– que la regla principal es una atenta observación de los bue– nos predicadores, procurando descartar cualquier vicio que en ellos se observe, y cosas que, siendo peculiares de su ge– nio, no cuadrarían bien con el nuestro; sin embargo, pode~ mos resumir las reglas principales de los autores, para ma– yor utilidad, en dos puntos: I."Ellenguaje m·al; 2. 0 Ellen– _qnajc de acción; notando al mismo tiempo sus defectos.

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