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ARTE, IMITACIÓN, EJERCICIO. 17 bajo al orador, hasta formar un hábito, saliendo de aquel impedimento en que se encuentran sus pies; llegará el jo– ven á desembarazarse de los obstáculos, á medida que vaya poseyendo y perfeccionándose en el arte. "Llegará tiempo, !lice San Agustín, en que las reglas faciliten sus adelantos, y sea elocuente sin pensarlo, ni áun reflexionar sobre los preceptos del arte. " Así como cuando hablamos ú e~cribi­ mos, por la misma facilidad y costumbre que tenemos, ya no necesitamos buscar letras ni sílabas. O, según la feliz com– paración del P . Granada, como aquel que aprende á tocar la vihuela, que al principio mira con cuidado en donde ha de poner los dedos, mas después que ya ha adquirido el hábito de tocar, recorre con facilidad los de<los por las cuerdas sin advertirlo. 15. No deja ue ser un especioso pretexto de la ignoran– cia, malicia ó sencillez el pensar que los que predican el Santo Evangelio deben uesechar la elocuencia, pues puede provenir de la pereza ó aversión al estudio, 6 bien de no re– flexionar en qué consiste la naturaleza de la elocuencia y sencillez del Evangelio. Porque es claro que si por elocuen– cia entienden una estéril locuacidad, ó el arte de engañar, tendrían razón en detestarla, pues á lo primero llama San Jerónimo cltarlataneria, y á lo segundo denomina San Agustín so/isterict, y entonces sí que los charlatanes y so– fistas profanan el Santo Evangelio. Y así, pues, aquel texto (le San Pablo en que nos manifiesta su sencillez al anunciar la divina palabra: "No vine con sublimidad de palabra ni sabiduría á anunciaros el testimonio de Cristo. Aunque tos– co en el lenguaje, mas no en el saber,, no quiere decir que no manifestase con arrebatadora elocuencia la palabra de Dios en el estilo que convenía á la clase de oyentes que le escuchaban, pues el presidente Félix, oyendo las terribles verdades del juicio, le dice aterrado: "Por poco, me per– suades ;" sino que evitaba superfluidades, flores mundanas y profundidades de doctrina que no hubieran comprendido, y también por humillarse ante muchos pretendidos sabios, que con la mayor curiosidad de todo disputaban con enig– mas y palabras rebuscadas: Pi'U1'Íentes attribus. Aunque bien podemos dar también otra razón de San Jerónimo;

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