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EJERCICIOS DE CO:liPOSICIÓN. 203 formaba nuestro propio juicio, aferrados como estábamos á nuestra propia opinión, y nos hace seguir una senda verda– dera y segura guiados por las luces de otros qne, sin pasión que les ciegue, nos manifiestan su propio parecer. Se ha observado que algunos que son defectuosos en el púlpito sin qne jamás se enmientlen, no han tenido.la dicha ele encon– trar quien les corrija; y ellos no lo comprenden, pero los otros lo ven. Busquémonos un verdatlero censor que entien– da en la materia. Sabemos de grandes hombre~ que así lo practicaron para perfeccionarse en la predicación. Durante las Misiones confiemos ingenuamente este encargo á algún compañero de Misiones; él nos manifestará nuestras faltas sobre los giros del sermón, su pronunciación y el efecto producido en el auditorio; anotemos todos estos defectos en nn papel, examinémoslos con frecuencia. Jóvenes : al cabo de algún tiempo vereis disminuir vuestros defectos; saldreis excelentes predicadores. 472. Regla 4 .• li's 11WJ Ú11J.J01'Ütnte. Las críticas obser– vaciones de nuest;·os mismos t:mulos que llegaren hasta nuestros oídos no deben despreciarse ; pues nos atrevemos á decir, generalmente hablando, que son las que mayor bien nos pueden hacer para perfeccionar nuestra predicación. Pues muchas veces los amigos y los interesados, de cualquier cosa insignificante se valen para llenar de cumplimientos aún al más adocenado predicador, quedándose éste con todos sus notables defectos tan satisfecho y contento, que se ve tenta– do á ci·eerse algún Ravignán ó algún Lacordaire á quien se tiene olvidado, según la gráfica expresión de Mullois. "¡Oh mi Dios! se exclama este autor, pues ¿no ha sucedido esto á todos? ¿quién no ha sido aún ab1·1tmado de C1tr!1J.Jlimien– tos? ¿conoceis alguno que no lo haya sido? Sería una cosa bién .curiosa saber si existe sobre esta tierra un predicador tan malo, tan enfadoso; tan insignificante, que no haya en– contrado una buena ttlma para hacerle limosna de un peque– ño cumplimiento ú de una mentirilla." Es verdad que el au– tor escribía en Francia; mas ¿ qné tierra habrá privilcgiaila en que esto no suceda? Con este método adulador ¿será po– sible que el predicador pueda corregirse de sus defectos? Vamos, pues, al caso. Cuando, pues, nuestros émulos, sin

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