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202 LECCIÓN XXXV. 469. 6. o Revisión y corrección del discurso. CondHi1ln el trabajo de la composición, debe corregirse y revisar~o l'oll la debida detención y cuidado. No nos hagamos ilusimwH: no es fácil suponer que de buenas á primeras una pi1~1.1L oratoria ha salido sin defectos ni imperfecciones, sin necn– sidad de que sea revisada ni corregida. Nada de esto. Por regla general habrá que añadir, quitar 6 corregir; no siem· pre serán propias las frases, claros los conceptos, los giroH naturales, vivas y colocadas en su lugar las imágenes, ni las expresiones tendrán su debida fuerza y energía, por lo que habrá necesidad de modificaciones y nuevos toques so– bre el escrito. Notas oportunas al margenó al pie del escri– to, manifestarán lo que hay que añadir, quitar ó reformar. Desde el principio de la predicación hay que entregarse á este trabajo, pues es manifiesto que los que en su juventud no trataron de retocar sus escritos, ni reconocer estos de– fectos, dificilmente pudieron más tarde librarse de ellos. Es muy fácil que, corregida ya nuestra primera composición, encontremos después de algún tiempo defectos en la segun– da, ó bien descubramos felices desarrollos, nuevos giros, puntos de contacto hasta entonces no observados; pues entonces hay que echar mano otra vez á la obra. Lo mismo el acto de aprenderlo, como después de haberlo predicado, nos suministrarán útiles observaciones para retocar y me– jorar nuestros discursos. Por tanto, para la perfecta correc– ción del discurso hánse de observar las siguientes reglas: 470. Regla importantísima: Al pronunciar el discurso es cuando mejor se observa lo que tiene de defectuoso ; lo qué podría amplificarse, cercenarse ó modificarse. 471. Regla 2."Los jóvenes predicadores sobre todo, de– ben someter su composición al juicio de personas entendidas en la materia, con quienes tengan perfecta confianza, para que puedan con libertad manifestarles sus defectos, y el no– vel orador sin agravio pueda recibir sus atinadas correccio– nes. Los otros ven mejor que nosotros nuestros propios de– fectos ; y el aviso, la observación de un condiscípulo, de una persona franca que nos quiere nos hace caer en cuenta en algunas cosas que jamás habíamos parado mientes en ellas. Esto nos hace abrir los ojos sobre errados conceptos que

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