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186 LECCIÓN XXXII, y trataron asuntos necesarios á auditorios, que, de otra nm-– nera, hubiera sido dificultoso tratarlos. Otras veces se ns1L para amplificar las ideas y argumentos, para hacer mi\s agradable lo que en su interior tiene ya resuelto. Y por fin se usa la lJttbitación para hacer resaltar con más vigor y energía alguna verdad que deseamos grabar profundamente en el corazón de los oyentes. 433. Es notable y de una sin igual energía y belleza la que usa San Basilio para despertar á los borrachos de sn profundo letargo, haciéndoles ver que su mal casi no tiene remedio. Después de manifestar que es inútil hablar albo– rracho, porque no ha de escuchar, dice : Quos igitur allo– qucmur'! Supuesto que los que necesitan corrección no han !le escuchar: mientras que el templado y sobrio no necesita el sermón, estando exento de este vicio. ¿Qué haré, puesí' JJicam nc cont1Yt ebrios? Por fin se resuelve á predicar so– bre la embriaguez, valiéndose de una comparación tomada del contagio, en que los médicos dan preservativos á los sanos, mientras que á los atacados de la peste ya no les dan medicinas : 8-ic ctiam nobis media ex Pªrte tttilis est ser– nw, qui i-mpet·tdurus cst tutclam et antidottt-m sanis et integris, non libct•ationem a-ut medelam tBgrotantibus. ¿Quién no ve como San Basilio por medio de la dubitación engrandece de tal manera el asunto, y estigmatiza tan enér– gicamente la embriaguez, que es capaz de hacer estremecer á los culpables de este vicio, cuando los considera poco me– nos como abandonados y sin remedio? Sin embargo, al pre– dicador toca abrir el corazón del oyente á la confianza, mo– derando los rasgos demasiado vivos que podrían inducir á la desesperación; pues el mismo Santo Doctor, que durante su enérgico discurso ha dicho con voz de trueno: Dsquequo vinum? usqueqtto cbt·ictas? él mismo concluye abriendo á todos las puertas de la divina misericordia.
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