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LENGUAJE NATURAL, TRÓPICO Y FIGURADO . 169 movido, y se aparta de aquella natural sencillez, y que á l:ts palabras les da otro sentido de su primer y recto signi– lif:ado, entonces es lenguaje figzwado, el cual es objeto de la retórica, que versa sobre tales fenómenos, y da reglas para su buen empleo y evitar cualquier extravío, que tan l';icil es cuanto mayor es la libertad en que se ohm, como olesgraciadamente sucedió á algunos de los antiguos. 377. Ellenguaje.figtt?Ytdo no deja por esto de ~er ex– presión natural lle cuanto pasa en nuestro interior; es de tanta naturalidad para el hombre, que evidentemente no es, ni puede ser invención de escuelas. 'fodos usan y han usado :siempre este lenguaje, lo mismo los hombres ilustrados que la gente sencilla del campo; el mismo calor, la misma ener– gía, los mismos colores en el pensamiento expresado, sin que ni siquiera se aperciban de ello, siendo tanta multitud de individuos en las distintas y bien desiguales posiciones sociales. ¿Quién no ve que á esta expontaneidad de afectos no se les ha podido dar una forma preparada de antemano? Vemos que, turba1lo el hombre, cou viveza pregunta: es la interrogación; ya sorprendido ;;u ánimo por un grande afecto, lanza un gemido, un grito: e~ la r•:.rxlamacio'n, ad– miración; ya repentinamente se encara contra una persona: es la apóstrofe,· ya conmovidas sus entrañas por el sufri– miento del prójimo, ruega, se interesa : es la obsccracion; teme ofenderle en alguna palabra menos conforme, y la calla: es la p1·eterición. En todos estos modos de expresarse ve– mos que el hombre no emplea ningún estudio, sino que todo le viene muy natural. Estas expresiones, que reflejan todos los fenómenos de nuestro interior, tienen su propio nombre, como después ya veremos. 378. Véase, pues, qué naturalidad tan grande tiene el lenguaje figurado, y que la retórica lo que únicamente ha hecho es dar reglas para el orden y uso de las figuras , que nacen expontáneamente en el discurso. "Porque, dice el se– ñor Sánchez Arce, así como no es buen poeta el que al com– poner mide las sílabas de un verso por los dedos, tampoco podrá componer con elocuencia el predicador que, al formar sus discursos, tuviese la extraña y ridícula precaución que le condujese á emplear ahora la hiJJérbolc, luego la (tntite-

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