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Y UTILIDAD DE LA ELOCUENCIA. 13 veloz que la electricidad todas las fibras del corazón, tocaba todos los afectos, rendía todas las más violentas pasiones, tlerretía los más duros corazones, nada resistía, todo lo. arrastraba... tod'o un mundo idólatra cayó rendido á sus pies: esta es la verdadera elocuencia. No habrá, si quereis, reglas de retórica clásica;¿qué importa? Era verdadera elo– cuencia; estaba su palabra animada del Espíritu Santo, quien impedía los defectos que pudieran dañarla. Nosotros estudiamos la retórica para impedirlos, á fin de que hu– manamente hagamos aquello que está de nuestra parte. Esto prueba mejor nuestro aserto, que las flores y adornos que presta la retórica, no son propiamente la elocuencia, sino un conjunto de reglas que nos enseñan cómo hemos de usar debidamente de la elocuencia; y que nosotros hemos de es– tudiar la retórica precisamente para saber usar bien de la elocuencia, como la usaron los Apóstoles, los Santos Padres y demás varones apostólicos; y entonces predicaremos á .Jesucristo crucificado y no á nosotros mismos. 8, Si considerásemos bien todo esto, ¡cuántos temores saldrían de nuestro corazón acerca el modo de emplear los adornos en los discursos sagrados! ¡Cuánta luz tendríamos en muchas dificultades acerca del modo de saber conformar nuestra predicación con la de los Apóstoles! pues, como acabamos de ver, la verdadera elocuencia no es otra cosa que la fiel expresión de nuestras ideas y sentimientos, evi– tando los defectos de esta expresión por medio del estudio de la retórica. 9. ¿Quién no ve, pues, la necesidad y utilidad de la. 1·etórica, que nos viene en ayuda de la elocuencia? á la. cual, como experimentado pedagogo, le da reglas las· más interesantes y necesarias para dos cosas principales: ya para el modo con que ha de salir al campo de batalla con todo su poder, gloria y hermosura, ya también para librar– se de tantos defectos que incesantemente la afean en aque– llos que no han tenido la dicha de estar bajo la férula de este í1til y necesario pedagogo, para contener los lastimosos y á veces irreparables desórdenes y desmanes, que tanto des– figuran y ultrajan la verdadera elocuencia, esta noble facul– tad de conmovernos y transmitir á los demá:s el fuego, el

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