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ESTILO EN GENERAL• 151 . , ,,,,,~~, indicat: sermonis autem nat1t1Yf. pectus, unde ema– '"'rit, depingit ac desígnat. Y así siendo tan diferentes los :·.I'IIÍos, gustos, talentos é inclinaciones de los hombres, di– r. ·r.mtes han de ser sus estilos; puesto que éstos son la fiso– III >IIIÍa interior, que es tan varia entre ellos como la exte– rior ; por lo que el estilo caracteriza los discur~os y los ··.-.·.ritos de las personas , dándoles aquel semblante y color •·special que convierte las ideas y expresión en obra propia ·'".Ya, adornándoles de una singular belleza. 'l'odo orador • ·st.tl obligado á formarse estilo propio, si quiere arrebatar lo:; lauros de la elocuencia; precaviéndose del engaño ()e IIIUChos, que arrebatando por aquí y por allá de otros auto– rt\S antiguos ó modernos unas cuantas frases nuevas, algn– uos giros estudiados, algunas flores retóricas que tal vez 111<trchitan en sus manos, se privan de su propio estilo y cor– tan por intervalos la sucesión continua de su expresión ge– uuína, de sus naturales giros, que tanto gustan al audito– rio, privándoles con esto de tan justa satisfacción para su •·.orazón é inteligencüt, y á sí mismos de su estilo propio, •1ue tan distinguido puesto alcanza en la elocuencia. .Jamás olvidemos esto: vale más ser mediano en un género y estilo propio, que copia desfigurada de un modelo excelente. En nosa tan importante tengamos siquiera presentes las si– guientes condiciones que ha de tener el estilo : 344. l.• Orden. Consiste en aquella disposición y rela– ción que han de guardar entre sí los pensamientos, las fra– ses, las imítgenes y las cláusulas, estando cada cosa en el lugar que le corresponde, ni con anticipación, ni posterga– lla, para que la perfecta y ordenada distribución de las par– tes forme un todo agradable y bello; así como vemos que resalta el universo por el orden admirable que en él reina hasta su menor detalle. 345. 2.• Claridad. Derramar luz sobre las cosas ya or– <lenadas, esclareciendo la proposición, los conceptos y cuan– to hemos de decir para que todos nos entiendan. Sin medi– tar el asunto, sin poseerlo perfectamente, es poco menos que imposible la claridad, antes bien sale muy oscuro. Por– que ¿cómo podrá hablar con claridad el orador de aquello que no entiende? Esta claridad que acompaña al orden da gran
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