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150 LECCIÓN XXVII. podrá olvidar las obras del P. Granada, Fr. Luís de Leún, Santa 'l'eresa y tantas obras ascéticas de escritores de pri mer orden que florecieron en la literatura española, las cua les si son notables por el fondo de doctrina que contienen, no lo son menos por su palabra castiza, por la hermosur;.L del lenguaje, por la dulzura y elocuencia del estilo, por l:L riqueza de imágenes y comparaciones, y en una palabra, por la fluidez y expontaneidad que ofrecen tales escritos ( El predicador ganará mucho para adquirir riqueza de fra– ses, profundos y cristianos conceptos si se dedica á tales obras; y luego aquella encantadora harmonüt, para la cual tanto se presta la magnífica habla castellana. Mas de esta luwmonía hablaremos al tratar del estilo. LECCIÓN XXVIII. Eótilo en general. 343. Si las palabras forman la tliccüin, la manera de expresarhts forma el estilo; por lo que se ve cuánto se dis– tinguen el uno de la otra. Pues las palabras podrán ser correctas, ajustadas á las prescripciones de la gramática, claras y propias, y sin embargo, el estilo puede ser débil, vi– cioso y afectado. De donde se ve que la diccidn no participa del genio <lel escritor, en tanto que su estilo refleja su ma– nera de ver y sentir ; aquélla es relativa á la composición y mecanismo de las partes del discurso, el estilo se refiere al ingenio y talento del predicador. El estilo es, según San Basilio y San Agustín, como una pintura y retrato del al– ma, como un espejo, en donde aquélla refleja una especie de semblante ó fisonomía del espíritu. El primero compara también el estilo á un riachuelo, cuyas aguas manifiestan su origen y procedencia; así, dice el Santo, la naturaleza del discurso descubre y manifiesta el pecho de donde brota, lo pinta con sus colores: Nmn aqtta1'1t1n J'Í'Cttlus fontem

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