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142 LECCIÓN XXVI. tar en los otros; si no es así, el corazón clel oyente ht n•,·i be fria; ¡ah! la imaginación del artista no ha sabido prt's tarJe sus brillantes colores, ni ha sabido calentarla al ftWI-\'" de su eoraz6n, ni sus sentimientos han sabido imprimir!~• movimiento, calor y vida. 326. No dudemos, pues, que existen reglas para dirigir las operaciones del alma y los sentimientos del corazón, y poder manifestarlos en su genuína y verdadera expresiím. á fin de conseguir la belleza oratoria que tanto nos encanta; mas, con todo, observemos que lo que deben evitarse son los excesos de una imaginación exaltada y de un corazúu ardiente, que fácilmente oprimen un juicio recto, y sedu– ciendo á muchos con un falso aparato, los aparta del bueu camino de una veriiadera y sólida clom~ción. «De ahí el quP veamos con harta frecuencia, dice Rubió y Ors, sacrificada en el discurso la belleza de la razón al brillo de las imáge– nes, al calor de los afectos, á la harmonía de períodos, quizás huecos, y al ruido vano de las palabras: de ahí el que mu– chos, y en especial los jóvenes, visten sus discursos, pobres en ideas bellas, de un traje pomposo y pintoreado, sin echar cle ver que el mismo lujo de éste sólo sirve para hacer re– saltar lo vano de aquéllas, y que les sucede lo que á los pi– rotécnicos, quienes después de habernos deleitado con rue– das y estrellas tle fuego de varios colores, nos dejan más á oscuras y deslumbrados., 327. Los pensamientos sólidos son los que dan base á la elocuencia en sus figuras más sublimes y patéticas; que por esto San Crisóstomo compara la buena elocución que no está nutrida de sólidos pensamientos á una espada, cuya empu– ñadura fuese de plata y la hoja de plomo. E llos sostienen aquellos movimientos patéticos, expresión la más viva de los sentimientos que conmueven el corazón y agitan toda el alma, y en donde verdaderamente brilla la eloc·ución, mien– tras que ya lo .f~terte, ya lo tim-no conquistan el corazón, sin decidirnos del todo cuál de estos dos géneros se presenta nÍás bello y predomina al otro. 328. El P. Andrés en su Ensayo sob1Y' lo bello, dist. nr, se expresa de esta manera : «Lo que naturalmente admiramos en los patéticos movimientos del discurso, según

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