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SF.R)l ÓN DE l\IISTERIOS. 113 1.1111bién á contemplar las grandezas de Dios, las glorias de ·.11 Santísima Madre en profundas illeas, en magníficos con– · · · · J•Io~, en lenguaje sublime; han hecho resonar maj estuo– ·.allumt.e las bóvedas sagradas del templo, han cautivado, lo;1 11 arrebatado, han elevado hasta hacer percibir las armo– '""' tlel cielo á sus inmensos auditorios ; pero ni totb la in– •··lig-encia ni gran corazón de estos grandes omdores con 1 :us:met, Bourdaloue y ~lassillún á la cabeza, no han podido JIIII<ÍS agotar mina tan riquísima y fecunda. Después de esto ,., inútil decir qué ancho campo se le presenta aquí al sa– n· rdote para hacer conocer y amar los misterios, y ejercitar provechosamente su talento. · 245. Y además de esto, los grandes bienes que resultan ;d pueblo de la exposición de los misterios. "Los misterios, ··11 efecto, dice Pratmans, son el alimento más sólido y más 11til de la piedad cristiana: forman el fondo y como l:t subs– la.ncia de toda la Religión, y no se conoce bien ésta, sino en ··uanto se conocen bien a11Uéllos. Hablan al corazón, lo ca– li entan y abras<tn , le piden sacrifkio:;, le enseüau todas las 1·irttllles, le dicen todos sus dl:lberes, y d eorazún no les puede negar nada. La moral que el predicador detluce de dlos es siempre natural, porque calla uno siente que las cos– t.nmbres deben ser conformes á la creencia; y es siempre urgente, porque el misterio le sirve de prueba." E l orador, pues, tlebe considerar el fin que tuvo la Iglesia al estable– ,·.t~r sus más grandes solemnidades, y que no le es lícito ol– l'i!larlo. 246. Para tratar dignamente y con fruto los misterios <le nuestra Santa Religión el predicador deberá tener pre– sente en Jos sermones de este género cuatro cosas: 1." Ha– t:l!'/' conocer los misterios ; 2." Hacm·los lwn·rar; 3." Hace¡· ¡Jrtrticipantes á los fieles de las gracias que ellos encierran; l." ])i,oidi·r la ínst'l'uccüfl~ de manera que estos tres objetos se llenen con orden y claridad. 247. I. Hacer conocer los misterios. "Esta es la vida eterna, que te conozcan á 'rí, solo Dios verdadero, y á J estt– eristo, á quien enviaste. ( Joan. x vn)." Estas solas palabras 1leben bastar para hacernos comprender la necesidad de ins– truir á los fieles en los augustos misterios de nuestra Santa

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