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48 CARLOS MARTÍNEZ VALVERDE tir a la Duquesa, la gran responsabilidad que incumbe a la Nobleza y a ]o, señores y superiores, que son fig_uras de ejem– plo para sus ·sirvientes o subordinados y en general para ias personas de otras clases que buscan a imitar a las elevadas. Defir: e el baile como ocasión próxima de pecado grave "por avi– var las pasiones, alhagar y mover los sentidos; sacar el alma de su centro, fomentar los apetitos e inclinar a la culpa". Consideremos el momento: En esta época empezaban los bailes de personas de distinto sexo unidas en más o menos es– trecho abrazo. A todo el mal que ello es en sí, hay que aumen– tarle el que producía que era la iniciación y la falta de costum– bre, aún aumentaba la sensación: hombres y mujeres juntos, con la gallardía del vals, sí, pero bien cerca· las cabezas, mucho más que antes, con un cambio de aliento mutuo, miradas hacia el fondo del alma, sintiendo los caballeros las desnudeces de las damas del ligero traje y, el todo, agitado por el vértigo enlo– quecedor de la música de Viena o de Berlín. En Europa era llamado el vals, "Baile de la alegría y del buen humor" y ¡que cerca estaba de la falta de vergüenza! Hoy no sería el vals el escandaloso pero ¿qué diría el Padre Cádiz o San Juan Crisóstomo el gran impugnador del baile, si hablar por sus bocas pudiesen, al contemplar una legión de jóvenes de la "mejor sociedad", como la que mis ojos vieron en un lejano país? Llegaron las muchachas, muy compuestas, honestas y, parecía que bajo la estrecha guarda de sus madres y familia– res, pero... una vez que empezó. el baile con músicas de mar– chas carnavalescas, célebres en aquella nación, y empezó el "buen humor", y se "soltaron el pelo", y no pido perdón por la expre– sión figurada, pues en este caso lo es también real, bailando danzas de origen africano, uniéndose y separándose de forma que rios dejaban asombrados a hombres habituados a todas las costumbres del Mundo que recorríamos, contemplado a través del maravilloso prismá de la juventud. Poniéndome en aquel instante de mi vida comprendo perfectamente hoy mismo aún.· ia actitud del Padre Cádiz, con los bailes que en su época empe- 1

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