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46 CARLOS MARTÍNEZ VALVERDE como colofón la parte tan importante que en ésta tomó Fray Diego, aun después de muerto. Dice de él Don Marcelino l\Ienéndez y Pelayo en su obra Los Heterodoxos españoles: "...trayendo a la memoria los nom– bres de algunos oradores sagrados que difundieron por todos los ámbitos de la península la luz de la cristiana enseñanza y acosaron sin tregua al renovado anticristianismo de Celso, de Porfirio y de Juliano. Pongamos ante todos a Fray Diego de Cádiz, Misionero Capuchino (1743-1801), varón verdadera– mente apostólico, cuyo proceso de beatificación está muy ade– lantado. El fué en un siglo incrédulo algo de lo que habían sido San Vicente Ferrer en el siglo XV y el venerable Juan de A vi– la, apóstol de Andalucía en el XVI. Desde entonces acá, palabras más elocuentes y encendidas no han sonado en los ámbitos de España. Los sermones y plá– ticas suyas que hoy leemos, son letra muerta y no dan idea del maravilloso efecto que, no bajo las bóvedas de ul'a iglesia, sino a la luz del mediodía, en una plaza pública o en un campo in– menso, ante 30.000 o más espectadores, porque las ciudades se _ despoblaban y corrían las turbas a recibir de sus labios la di– vina palabra". FRAY DIEGO Y LA NOBLEZA El Padre Cádiz era por su origen, de la más rancia pro– sapia, demostrada claramente en el expediente de su ingreso en la Real Maestranza de Ronda. Por línea paterna era de familia entroncada con. los Condes de Villagarcía, con Grandeza de España, y por linea materna era la de Garci-Pérez, conquistadores de Jerez de la Frontera. En el cuadro con el retrato del Padre Cádiz, en la Maestranza de Ronda, hoy destruído por desgracia, apar-ecían sus armas en el ángulo superior izquierdo.

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