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40 CARLOS MARTÍNEZ VALVERDE humilde báculo, no episcopal y dorado, es un bordón de cami– nante, de peregrino, pero tiene otra que llega a las a:mas y con– tra ia que no hay defensa alguna:, Su Oratoria. Esta en un principio era pobre, pero es transformada por el Espíritu Santo como la de Jos Antiguos Apóstoles : esa es ;;u principal arma. "Su voz clara, ametalada y dulce", dice el Pad re Alcober, su "lengua limpia y expedita, expresión natural, sen– cilla, pero elegante y enérgica, propia y a todos acomodada". Su oratoria era tan prodigiosa que hacía fuese comprendido en algunos casos hasta por los que no conocían la lengua castellana, como ocurrió en Sevilla según asegura la autoridad del P. Luis Antonio de Sevilla y la del P. Alcober: Un fraile irlandés, que ignoraba por completo nuestro idioma (se entendía con los es– pañoles en latín), oyó y entendió al P. Cádiz en circunstancias y sitios desde el cual apenas si era oido y comprendido por nuestros compatriotas. Hacía el acto de contrición del sermón de enemigos en sus Misiones, con la custodia en las manos. Se dirigía alternativa– mente al auditorio y a la Sagrada Forma de tal manera, que arrastraba a las muchedumbres al paroxismo del arrepenti– miento. Había "un algo" en el Padre Cádiz, más bien, "un mu– cho", del que formaba parte su voz, su gesto, su presencia en general, que arrebataba y cautivaba a cuantos le oían y veían. El mismo Mora, volteriano por más señas, lo decía al describir en conocido verso la manera de predicar de nuestro Apóstol: "y no reinaba más que horror y susto de la anchurosa plaza en los extremos, y en la escena que fué de impuro gozo, solo se ofa un trémulo sollozo". De la fuerza de esta oratoria nos dice don Marcelino Me– néndez y Pelayo en su Historia de los Heterodoxos Españoles: "Para juzgar los portentosos frutos de aquella elocuencia que fueron tales como no los vió nunca el Agora de Atenas, ni el Foro de Roma, ni el Parlamento inglés, basta acudir a la me– moria de los ancianos. Ellos dirán que a la voz de Fray Diego, se henchían los confesonarios, soltaba o devolvía el bandido su

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