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12 CARLOS MARTÍNEZ VALVERDE sagrada imagen: la del Señor de la Salud y de las Aguas, a la que profesan los naturales del país la más profunda devoción. En otra eminencia cercana al poblado, que parece lugar propio para el asentamiento de otra obra militar semejante al Castillo moro, se alza otra fortaleza. Más exactamente: Por la cima se extienden unas edificaciones pardas y pequeñas, ro– deadas de muralla y que quieren como pasar desapercibidas en franciscana humildad. Cae la tarde estival y sus postreras lu– ces iluminan la espadaña del Convento de Capuchinos, pues no es otro el reducto; en la veleta, el Arcángel San Miguel, con levantada espada, combate contra invisibles monstruos del Mal que lleva el viento en su seno... Allí vivió Fray Diego José de Cádiz cuando vino a misionar. Luego se retiraría a la paz de esa colina, a ese convento situado como mandan las constituciones de la Orden: "Conventos fuera del poblaqo pero no muy distantes". Para desde allí ir a predi– car a las gentes y luego retirarse a la paz, a encontrar nuevas fuerzas para las siguientes batallas contra el enemigo. Los afilados cipreses que en el huerto apuntan al cielo, ponen en él el sello clásico de los de la Orden. Ellos serían qui– zá contemplados por los ojos del Beato, elevados en la soledad. En la soledad querida por el Padre San Francisco-¡ Oh her– mosa soledad !---i¡ Oh sola felicidad!-¿ Tristes cipreses, visteis los ojos del P. Cádiz?-Ojos casi desconocidos para sus con– temporáneos, bajos siempre, en expresión de humildad. Ni el grabado ni la pintura nos transmiten su mirada, fija en la tilerra o en un gran crucifijo como frecuentemente se le re– presenta. El Convento aparece pobre y su huerto y jardín podrían ser el campo de emplazamiento · de un eremitorio, claramente ·se ven los principios de los seguidores del Padre Mateo de Bassi. Delante de él una era, proyectándose sobre ella, ya den– tro de las tapias se divisa una parra: ¡Trigo! y ¡Uvas!:, Pan y Vino. Materias Eucarísticas. Productos de la tierra escogi– dos por Cristo para, por misteriosa consagración convertirlos