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EL BEATO DIEGO DE CÁDIZ 115 nes de todos la credulidad Sama y religiosa, el Santo temor de Dios, la misericordia y caridad con sus prójimos. Para darle una prueba d'e nuestro reconocimiento, hemos determinado, como determinamos en Cabildo de 19 del corriente, despachar esta nuestra carta de Hermandad y confraternidad para que ahora y en lo sucesivo sea nuestro Hermano con todas sus prerrogativas y preeminencias..." Suena la gran campana en su toque de viernes, muchas in– dulgencias puede ganar el que la oye, rezando "tres credos o lo que sea de su devoción", concedidas por Bula del Romano Pontífice. Podemos recorrer los sitios frecuentados por el Pa– dre Cádiz y así hacer de esta, una peregrinación de la suya propia. Ahí está ese coro en que formó parte de esa corte de honor del Apóstol que son sus capitulares, algunos dignidades mitradas, sucesores de los antiguos canónigos cardenales; cru– zados los pechos por las rojas cruces santiaguistas que son es– padas como si de la militar orden que las originó se extendiese todo un ambiente batallador de defensa de la Fe. Ahí están las Iglesias en que se oyó la voz del Capuchino gaditano, más lejos las rúas y las corredoiras por él recorridas, también las tierras y Jos pueblos de Galicia, peligrosamente ganados por el ene– migo. En la capilla de las reliquias se guarda en marco de plata un viejo papel en que con pálidas tintas aparece la escritura de Fray Diego. En esta carta escrita en La Coruña, da las gracias al Cabildo compostelano por la merced de él recibida al hacerle Hermano. Le notifica haber aplicado el Santo Sacrificio de la Misa por el Deán y por todo él y promete aplicar otra de privi– legio cuando alguno de sus componentes muera. Al propio tiempo pide a todos rueguen por el Señor le haga cumplir sus obligaciones. Durante su viaje por el Reino de Galicia, predicó en La Coruña y también en El Ferro!, en esta ciudad a los Caballeros Guardia-Marinas de aquella Compañía, a los que encontró mal.

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