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LOS CASTILLOS DEL BIEN Un país meridional: tierras de reconquista que hablan re– ciamente al corazón con nombres registrados con unción por la Historia: tierra regada con abundancia por la sangre de gue– rreros de la Cruz. En él una ciudad de Frontera, pese a no lle– var su nombre ese aditamento que expresa la situación en la antigua raya, separadora en las postrimerías de la Edad Me– dia de la España de Cristo y de la mantenida aún por los ára– bes y moros. La ciudad que es la d-e Antequera, se recuesta en unas emi– nencias del terreno mediadoras de una inmensa llanura y de una ingente Sierra. La primera martillada en todas direccio– nes por las cabalgadas de unos y de otros, en incursiones y razzias, y la segunda adornada con las más caprichosas figu– ras que el tiempo y los elementos tallaron en las rocas con sus invisibles pero seguras zarpas. Un castillo corona al pueblo y sobre la torre más alta de las que en pie quedaron, se yergue un campanario, sello cristiano en .la mora fortaleza, que como espada de Breno, parece pesar en la balanza de la guerra y que al hundir su platillo ha derramado todo un alud de pie– dras, que un día formaron parte del marcial recinto heróica– mente defendido y fuertemente embestido, entre las chumberas que cubren la ladera, poniendo una marcada pincelada del otro lado del Estrecho. Torrente de derrotados pedruscos que se di– rige hacia lo hondo de una barrancada en que se asentó parte muy antigua de la ciudad y donde campea el nombre de una
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