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- 12 ·- no perdonaban el calzado; pero no titubeámos: como el ·cántabro al bajar de sus breñal 1 es a pe– lear contra el·muslim repite el aurrera, así no~otros repetímos ¡adelante! y no parámos hasta llegar a Palomino, a las once de ]¡a mañana. Es de notarse la enorme cantidaci (le suídi– dos c¡úe en grandes manadas recorren este mon– te; los tigres siguen sus huellas, y aquéllos constituyen el bocado favorito de estos felinos. Nosotros encontrámos sus huellas, lo mismo que las del félix onza o león ámericano; pero tuvieron a bien dejarnos libre el paso y evitar– nos un disgusto. Palomino, propiamente, no existe; el esfuer– zo de mi querido amigo el doctor Ramón Goe– naga, por hacer una bonita población en este lindo l,ugar y comunicarlo con la costa, se per-– dió completamente, por los azares de la última guerra, cuyas salpicaduras llegaron hasta lo más recóndito de la Nevada. Y séame permiti– do, al llegar a este punto de mi viaje, alabar la gallardía del doctor Goenaga, el cual, a la edad .de diez y siete años, sin más compañeros que su val,or y arrojo personal, acompañado de unos pocos arhuacos, se internó en estas selvas y re– corrió la región de Palomino, y comprendió des~ de esa fecha que se debía proteger y ayudar a -los hombres que, como el Conde de Brettes. ve– nían al suelo patrio a aportar el acervo de sus conocimientos y energías. ¡Loor a su nombre, pues fue el primer colombiano de los tiempos modernos que estudió v visitó estos recóndi- tos parajes! · · El val,le de Palomino es el mayor que hemos visto en la parte superior de la Sierra, y bien puede tener una población de más de cinco mil habitantes, dedicados a la agricultura. Allí se dan admirablemente la caña, el, maíz, arracacha y yuca; el café, si lo cultivaran, no tendría rival en todo Colombia; las pocas matas que vi dan un .fruto superior al. de los cafetales de Viotá, Icononzo y Las Mesitas.

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