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-11- afluente del Palomino, aun cuando algunos creen que es el río San Salvador. Profundo y estrecho es este valle, oprimido por el gigan– tesco Cubalí, que se destaca aislado de todas las cordilleras que forman La cuenca del Nua– mishi o Palomino. Por temor al agua hicimos alto en el 1 Cubalí, antes de subir a la cumbre, y allí pasámos la noche en el toldo de campaña que traíamos a prevención. Después de desayu– narnos con un plátano hervido y un poco .de café, emprendímos la marcha hacia la cumbre del Cubalí, deseosos de contemplar los neva– dos y el panorama que de allí se debía gozar, antes que las · nubes entoldaran el cielo. En efecto, nuestras esperanzas no quedaron de– frau'dadas. A las siete de la mañana coronábamos la cima; la emoción y el frío que sentíamos apenas nos daban fuerzas para cambiar nuestras impre– siones. El Nevado, con toda su grandiosidad y pureza, se aparecía delante de nosotros como nuevo Tabor, fulgurante de luz, regio, vestido con el armiño de los reyes, presidiendo el corte– jo de montañas, riscos, precipicios, bosques, ríos y cascadas, que con los trinos de l,as aves y los - aullidos de las fieras, le enviaban el saludo del aura matina:I. Abismados ante aquel, grandioso cuadro, bendecíamos las fatigas, sudores, an– gustias y miedos que constante:rncnte acompa– ñaban nuestro viaje. Las escenas de la Sie– rra son verdaderamente grandiosas-dice Si– mons,- y nosotros acabábamos de asistir a una de ellas. Desde el: Cubalí vimos distintamente las cuencas del Palomino, Don Diego, Mendi– guaca, Guachaca y Buritaca, La Horqueta y el San Lorenzo; pero al ver tánta montaña, tánto valle cubierto de espesísimo monte, sin una huella de vida humana y civilizada, con tánto río que habíamos de vadear, el corazón se opri– mía de espanto al considerar lp. ciudad de Bas– tidas tan lejos, los víveres tan escasos y los pies ensangrentados por las punzantes macanas, que

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