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-¡- <:ertadas, vagaban sin rumbo fijo por el !aire; los bosques, por estar en terreno sumamente plano y ser agitados de una manera furiosa por los vientos, formaban grandes oleajes, pareciéndo' e en esto á una embravecida mar. Arboles secu– lares, después de haber hecho atronar los aires, iban que– dando tendidos por el suelo; mas todo esto era sólo un precursor de la propia tempestad. Nosotros, por estar en una pequeña elevación, desde donde lo dominábamos todo, ex– perimentámos la cosa de una manera más violenta. Poco faltó para que la cas>t cayera sobre nosotros; toda ella tra– queaba y bamboleaba de una parte á otra; y nosotros casi sin darnos cuenta del peligro, nos pusimos á defender de la lluvia, las camas, libros y al gunos objetos' de altar; porque el viento yá se había llevado casi toda la cubierta de la casa. Lo mismo y peor pasó en la capilla: toda la ropa del altar quedó cubierta ele tierra y hojarasca, á más de estar muy mojada. Ni las pobres imágenes se habían podido librar de la tormenta, pues estaban caladitas de agua. Debo advertir cómo en esta ocasión no faltó para su complemento la llu– via de rayos, y no exagero diciendo lluvia; porque caen tán– tos y su sucesión es tan continua, que vista de lejos una tem– pestad de esta clase, parece que se abrasa en llamas de fuego el lugar do nde dichos metéoros estallan. Los indios de Guineo me aseguraban que esa tormen– ta la habían di spuesto los indios de San Diego ó San José, para causa r miedo á los demás pueblos; y diciéndoles yo cómo di chos indios no tenía n poder para tánto, repusieron: que al día siguiente, con la ll egada ele ellos me convencería de la verdad.- Por fortuna no vinieron con1o los guineos creían,_ y tuve más ocasiór\. para disuadirlos ele esas falsas creencias. Pasemos ya á otras mejores escenas ocurridas en el pue– blo de San Vicente. En lo anterior hemos visto el poder y grandeza ele Dios, en lo que sigue admiraremos su amor y bondad. CAPITULO II San Vicente- :Memorable suceso de unos dos matusalenes. El día domingo, r3 de Agosto ele 1905, nos .clespeclí– 'mos de la gente guin ea, y después de andar unas ct¡atro ho– ras llegámos, sin nm·edad, al pueblo de San Vicente. Este - pueblo está en una hermosa planada, y distante del río Pu– tumayo una media legua. Todas sus casas están edificadas

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