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- ss- chachas á donde estábamos; botaron al suelo el venado, y nos aseguraron que á no haber sido por él, hubieran quizá mu erto abrasados por el calor de la arena. Y la man era como se libraron, por lo menos de una desgracia, yá puede com– pre nderse. Era la cosa, que cuando yá no resistían el fuego, dej aba n caer el venado en el sudo y se parahan encima; re– posaban un tanto, corrían luégo con la pre~a hasta donde más podían, y otra vez la hacían servir de pedestal. Sigamos. Yá elij e que en nuestra canoa iba un pobre enfermo con una llaga podrida. Esta, á causa de las repetidas insolacio– nes y del mortificante vaivén de la embarcación, se llegó á descomponer ele tal suerte, que á no ser por la caridad cris– tiana que manda y exige sacrificios en circunstancias como la nuéstra, no sé qué hubi éramos hecho del infeliz. A lo di– cho se agrega también el tiempo que debía durar nuestra navegación, pues no era por diez, quince ni veinte días, sino por cuarenta, que eran los que calculaban los bogas que clebí~mos gastar desde Puerto Pizarra hasta Mocoa. Despué,; ele esto: ¿cómo no decir que eran intermina– bles nu estras horas en el Caquetá? ¿Cuántas veces nuestros compañeros en llegando la tarde y al tiempo ele hacer lapas– eana, nos sorprendían mostrándonos el rancho que había– mos dejado ;por la mañana, siendo así que á nosotros nos parecía haber caminado diez ó doce leguas? Pero, en fin, cuando ocurrí11n estos casos aún teníamos qué comer; los peones se hallaban con fuerzas para el difícil manejo del ca– nalete y la palanca, y sobre todo gozaban de salud, que era lo· principal. Pero ¡bendito sea Dios ! á los catorce ó dieciséis días se acabaron los víveres, púes nuestros compañeros no habían hecho provisiones y tuvimos que darles de lo nués– tro; y como e n esos desiertos no hay qué comprar, camina– mos varios días comiendo un poco clt maíz pilada, al que se añadía un pedazo de carne ele mono, cuando la suerte nos favorecía. Era, pues, lógico que llevando esta vid;), pronto si– guieran las consecuencias, y una de ellas fu e que enfermaron los bogas; y entonces el manejo de la canoa recayó sobre el P. Santiago, sobre mí y sobre nuestro muchacho, que, por una especial providencia de Dios, estibamos en mejores con– diciones. Por fortuna las enfermedades no duraron mucho tiempo, que Dios fue sen·ido de volverles la salud, y pudimos llegar, después de vci ntitrés día,; de navegación, nada envi– diables, á San Francisco Solano, distante del Orteguaz:~ un cuarto de hora. ,,

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