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nos voltearan las embarcaciones, por ~star muy recargadas. Con todo, pero habiéndonos puesto antes bajo la protección del Señor, quien tie ne poder sobre el mar y los vientos, sali– mos de Puerto Pizarro el día 9 de Enero de r9o6. Veintidós días no interrumpidos fueron los que gastá– mos para pod er llegar á Tresesquiuas, ó sea á la confluencia del río Orteguaza con el Caquetá. Tuvimos, como saben los conocedores de e:;tas ti erras, el más riguroso verano; y en los dichos veintidós días só lo no; refrescó el ci elo, con sus 1 lt.vías, una vez. • El calor que soportábamos era para acobardar á los más resignados. Y yo, de mi parte, confieso que no una, sino varia.-; veces lancé ¡ayes! de desesperación. El P. Santiago para propor·cionarse algún alivio pasajero, metía una sábana dentro del agua caliente y sucia del río, y luégo se cubría la cara y la cabeza, repitiendo esa operación muchas veces. Respecto á Jo que voy diciendo debo adverti,r que hay grandísima diferencia entre el bajar y subir por estos ríos, en el mismo tiempo de verano. En el primer caso se evita la proximidaa de l.os inmensos arenales que se forman por la disminución de las aguas, puesto que se hace la navega– ción por medio del río; y á esto se añade que bajando la ca– noa con bastante velocidad, refrescan al viajero las corrientes de aire. No pasa así en el caso contrario: pues es indispen· sable llevar la canoa junto á las playas, y éstas de tal manera se llegan á caldear, que parece arrojan fuego de sus entra– ñas. Con el suceso siguiente comprenderá mejor V. R. lo in· soportable que se ponen en verano los arenales, y Jo mucho que hacen sufrir al viajero. Un día aflictivo, como pocos, á causa de la escasez de alimentos, resolvimos suspender la marcha, por ahí á las dos de la tarde, y mandámos á nuestro muchacho y á dos de Jos bogas que fneran al monte en busca de cacería. Pron– to el Señor les deparó un bonito venado; lo mataron, y atra– vesando un palo por en medio de las manos y patas, que las habían atado con unos bejucos, se lo echaron á cuestas y se dirigieron al punto de cita. Nosotros, que estábamos deseo– sos de saber el resultado, observámos desde larga distancia que andaban un poco, y luégo quedaban inmóviles como estatuas, repetían segunda carrera y volvían á pararse. Era para nosotros, qne aún no caíamos en la cuenta, una cosa inexplicable; tanto más cuanto qne yá distinguíamos nn ob, jeto que se columpiaba en medio de ellos, y lo perdíamos de vista siempre que se paraban. Por fin llegaron los mu-
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