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te allí? me preguntaba; ¿estarán aún ios hogas? Angustiado y casi trémulo me acerqué á uno de ellos. ¡Qué sobre– saltos! ¡qué duelas! ¡qué temores! Reinaba el más profundo silencio. Mas luégo oigo el ladrido de un perro; salen unas buenas ge ntes : ¿Cómo está, Padre? me dijeron. ¿Son uste– des los bogas? les contesté. Nó, Padre; pero están en el otro rancho; no han podido irse porque dos de ellos están enfermos. ¡Sólo Di os es testigo, Padre, del gozo que tuve en esos mome ntos ! Y el encuentro de los bogas ahogó y me hizo olvidar los sufrimientos pasados. El mismo día, muy por la tarde, llegó el P. Santiago con todo lo que formaba nuestro equipaje. Pocas ·horas de descanso tom:ímos en este lugar, y pron· to nos di sp usimos para una navegación ele casi cuarenta días. Pero antes ele embarcarnos quiero dejar constancia ele una desgarradora escena que presenciámos en uno ele los re– feridos rallchos. E staban all í tres hombres que habían bajado desde el Orteguaza, sirvienclo ele bogas á unos comerciantes. E stos, cuando los vieron enfermos é incapacitados para prestar· les servicio alguno, cometieron el imperdonable delito ele abandonarlos en las soleclacles ele Puerto Pizarro. Aquí sólo tenían, los pobres, por compañía, las fi eras del bosque y la plaga ele mosquitos, los que, por las muchas picaduras yá les habían causado horribles llagas. Carecían asimismo ele medicamentos, y sólo tenían un poco ele maíz y un peda– zo de carne podrida. Como pudimos los favorecimos en lo material, y lu égo les facilitámos los auxilios de la Religión; quedando con esto conformes y dispuestos á morir como buenos cristianos. A uno de ellos, cuya enfermedad no era tan mortal, pues que sólo ten ía una llaga podrida en la pier– na derecha, lo sacámos en nu estra canoa; pero á los diez días de navegación se nos muri ó; y la misma suerte, sin duda, corrieron los dos que quedaron en Puerto Pizarra. CAPITULO XVIII Veintidós días de navegación desde Puerto Pizarro hasta el río Orteguaz&. Calor sofocante y horas interminables-Falta de víveres-Enferme· dad de los bogas. Nuestra caravana se componía de dos pequeñas canoas con trece personas, inclusos los bogas. Quedámos, como es ele suponer, sumamente incómodos y con peligro de que se

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