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-82 - noche, me hicieron cambiar de intención, y resolvimos que– darnos dentro del monte. Cogí, entonces, el machete que llevaba mi compañero y me puse á cortar ramas para formar un pequeño mucho y pasar en él la noche; pero la oscuridad de ésta, la ll uvia que yá caía sobre nosotros, y la poca habi lidad del arq uitecto, fu eron motivos para que el albergue no quedara ni media– narr.ente regular. Practicada esta primera diligencia, comencé por dispo· ner el fuego para hacer la c~na, que, en verdad, había necesi– dad de ella; y hasta en esto estu ve desafortunado, porque la leña, á causa de haber llovido, estaba muy mojada. Re– cuerdo q ue gasté casi toda la caja de fósforos y varios pape· les quf contenían apuntes de alguna importancia; pero ni así pude prender fuego. Un solo fósforo había quedado y si éste no me sacaba ele apuros, necesariamente debía– mos pasar la noche sin comer. Antes, pues, de avénturarlo, recé é hice algunas promesas á las ánimas benditas del pur– gatorio; y en verdad que mis ruegos no fueron desoídos, pues al tiempo de rasparlo me vino la idea de q ue pudiera haber dentro de la lula (talega encauchada) algún resto de esperma. Busqué únicamente po r no rechazar la feliz inspi· ración; y co n no pequeño asombro encontré lo que tánto necesitaba. Al muchacho, después de este hallazgo, casi se le van las fiebres; y yá tuvo ánimo de ayudarme á preparar la cena. E sta fu e muy pobre y escasa; pero, en fin , :;e podía decir que ha bíamos comido. Esa noche, fuera por los sobresaltos del día, ó por lo nervioso que me encontraba, ó por falta de presencia de áni– mo, lo cierto es que fue terrible y medrosa en extremo. Va– rias veces hice actos de contrició n y me dispuse á morir, porque llegaba, en algunos momentos, á persuadirme de que eran tigres los que se encaramaban en los árboles y se acer– ca ban al rancho olfateando al rededor de mi cama. Después de todo esto, yá puede suponerse cómo anhela– ría la llegada del día. Vino, y, gracias á Dios, nos encontrá· mos ilesos de todo mal, y dispuestos á continuar el viacrucis. El domingo, 7 de Enero ele 19o6, caminé como un desesperado, hasta las dos de la tarde, hora en que llegámos– al mencio nado Puerto Pizarro, y vimos el anchuroso cuan– to terrihle Caquetá. El corazón en esos momentos me palpitaba de un modo extraordinario. Yo mismo no sabía lo que me pasaba. Como que tenía miedo ele convencerme de la realidad. A orillas cid río había unos dos ranchos. ¿Habrá gen-
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