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-81- Mas la causa de este adelanto fue la fatal noticia que recibimos en Palermo; es á saber: que un día antes de llegar nosotros al río Caquetá se embarcaban los bogas que debían llevarnos. Créame, Padre, que esta novedad, si se quiere, fue la prueba más grande de paciencia y resignación de cuan– tas el cielo nos había exigido en aquel camino, porque, en verdad, sólo quien conoce lo que es el Puerto Pizarra; la g•·an dificultad para encontrar embarcaciones; la soledad y escasez de todo alimento, etc. etc., puede formarse un¡¡ idea del sobresalto que tuvimos con la dicha novedad. Y por aquel entonces, el sólo pensar que fuera cierta la salida de los bogas, yá nos hacía creer en una cuarentena á orillas del Caquetá, ó en una desandada para el Caraparaná: lo uno y lo otro era terrible para nosotros. Vimos, pues, que el único medio (y éste no seguro) para librarnos ele las dos posibilidades, era caminar cuanto más se pudiera en aquel día, durante la noche y la mañana del si– guiente día, para ver si alcanzábamos á los bogas antes que se embarcaran, para lo cual convinimos en que el P. San– tiago se quedara en Palermo, disponiendo y arreglando la marcha para el siguiente día, y lo demás era de mi incum– bencia. Yá puede suponerse, Padre, cómo andaría yo en aquel resto de travesía. Y le aseguro que no conocí, ni cansancio, ni hambre, ni sueño. Mas como casi nunca un trabajo viene solo, también en aquella ocasión me visitaron muchos. Para cumplir mejor , mi cometido me hice acompañar de un muchacho tolimense, que por casualidad se encontra– ba en Palermo; pero cuaFldo más hube necesidad de su apo· yo, se me convirtió en embarazo, pues á las pocas horas de haber andado, le cogieron unas calenturas que le inutilizaron para servirme de guía y sostén. Recuerdo que muchísimas veces caíamos juntos en unos barrizales, y yo tenía que alar– garle la mano para que pudiera levantarse; pues él, si podía guiarme, no era capaz de servirme de sostén. En estas caídas y levantadas llegó la noche, y con ella una horrible tem– pestad que bramaba por encima de nuestras cabezas. Eran las seis y cuarto de la tarde, y aunque al principio formé resolución de caminar durante la noche, no pude hacerlo, porque era materialmente imposible. Mi compañe– ro enfermo; el camino, por debajo de los árboles, era invisi– ble; y yo no tenía conocimiento de esos lugares, sino de la parte que había andado; en fin, la soledad, las alimañas, cu– lebras y otros más peligros que me esperaban en aquella 6

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