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CAPITULO XV Tri bu de Nonuyas-Su generosidad-El Cacique Jusicaina-Manera de indicarnos que era cristiano-Algunas nociones que cncontrámos entro estos indios de nuestra santa Religión. Co n losS:wyanes sólo estuvimos u nos dos d ías, cu yo Caciq ue dejó en nosotros gratos recuerdos : pues apa rte ele lo q ue se ha di cho ele él, añadiré que también nos facilitó los peo nes para poder co nti nuar la marcha ; porque en La Flo– tida sólo pudimos conseguirlos para que nos acompañaran un día, no más, de cami no. La segun da jornada se hizo á la tribu de los Nonuyas, después de haber a nclado unas di ez horas desde la a nterior. E stos indi os, que sólo tienen tres casas, á nu estra llegada hiciero n demostracio nes de verdadera alegría, y nos recibie– ro n como qu ien recibe á un amigo. Todo lo cual compren– dí era efecto de las in sinuaciones y co nsejos ele un buen blan co q ue, por entonces, los gobernaba. El ca'so es que apenas habíamos llegado, cuando un os ven ían con racimos de plátanos; otros, co n uvas silvestres; éstos nos regala ban caza– be (pan de yuca brava), y aq uéll os po nían en nu estras manos unas exqui sitas y sabrosas piñas. A toda esta generosidad y buen humor de los Nonu– yas se agregó el singular é in esperado salud o del Cacique - Jusicaina, qui en no se presentó con el lacónico ceremo– nial del " ¿Vi te? " (¿veniste?), y á cuya palabra el saludado contesta : "Víteque " (vine), sino qu e hizo co nsistir su sa– ludo en dar á entender que sabía persignMse; y repetía de– lante de nosotros, no una, sino muchas veces, la señal ele la cruz; cosa por cierto que nos llam ó la atención, tanto más cuanto que no lo hacía tan mal. P ero Jusicaina no ta n "ólo sabía la señal del cristiano, sino q ue recitaba además la mitad del Padren uestro, y le oíamos con mu cho gusto, pues era el pri mer indio de toda esa gente que sabía dichas cosas. Los demás nonuvas si no eran tan sabios como su Ca– cique, tenía n ideas b'asta11 te claras de la En carnaci ó n de Dios, ele la materni dad de l\la ría Santísi ma, y hasta del mis– terio de la San tísima Trinidad. También recuerdo q ue u no de ellos me dijo cómo la misma madre de Dios era asi mis· mo madre ele los güi to tos; añadi endo, además, que se hizo madre no como las demás muj eres. No hay du da, pues, que tan bo nitas y consoladoras tra– diciones so n todavía fru to ele las fatigas y sudores de los Mi sioneros Franciscanos, que tánto trabajaron en el Putu– mayo y Caquetá, en los si glos XVII y XVlll.

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