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-6- comida y la cama no comparecían, y ni un machete tenía- · mos para cortar ramas y formar un pequeño rancho q /te nos sirviera de casa en semejante soledad. Después de tirar pla– nes y querer hacer ya una cosa, ya otra, seguimos el consejo de uno de nuestros compañeros; y era: gritar y más gritar, según la posibilidad de cada uno, para ver si á nuestros gri– tos contestaba algún sér vi viente. Y fue muy acertada esta operación, porque haciendo grande eco en el monte nuestras voces, pronto oímos por allí cerca el ladrido ele unos perros. ¡Vamos allá! dijimos. Y cayendo y leva ntando por dentro ele la espesura del bosque, llegámos á una pequeña choza ele in– dios, quienes, á nuestra aproximación, se azoraron muchísi– mo; pero pronto se tranquilizaron con la explicación que recibieron de nuestro arribo á deshoras. A pesar ele lo bien que se portaron los caseros, siempre pasámos una pésima noche; ya porque nos vimos precisa– dos á pasarla con la ropa mojada, ya tambi én porque, ha– biéndose quedado atrás la comida, tu vimos una cena muy J>arca. Al siguiente día llegámos muy tem prano al pueblo de GL\ineo, y allí nos reunimos con lo;, q ue se a trasaron el día anterior; cuya demora, por sup uestll, fu e debida al mu– cho llover, y crecidos varios riachuel os, no pudieron va– dearlos. Los indios de dicho pueblo se mostraron muy con– tentos con nuestra llegada, y á pesar de tener sus casas clise– minaclas, como también, distantes ele la capilla, no por eso dejaban de oír misa y asistir á la doctrina, que se les enscñ<)– ba todas las mañanas. Pocos ·bautismos y matrimonios administrámos en este lugar; pero fue grand e el gozo que tenía nu est ro corazón viendo cómo se valía Dios ele nosotros para rescatar esas pobres almas del poder del enemigo, y aumentar el redil de la Iglesia Católica. ¿Qllé le diré, ahora, ele la furi osa tempestad que presen– ciámos en Gu ineo ? Es necesario haber esta do en el Caquetá y haberse ha· liado en una de esas borrasca;;, para tener por cierto todo cuanto parece exageración. La tormen ta á que me refi ero era capaz ele amedrentar á los más 1•alientes, y á la verdad, no fue ele las más formales. F-altando un cuarto de hora para ll egar dicha borrasca al lugar donde nos encontrábamos, yá oímos ruidos sordos como de grandes montañas que se precipitaban á los valles: el cielo, por ele pronto, quedó ennegrecido; las ave.s, descon-
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