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- n- mantuvieron como muelos. lfé al ver que no le hacían caso, c omenzó otra vez á ponerse co lérico como lo ha bía hecho antes; pero yá no se encontró co n la sumisión ele en to nces, sino q ue los di chos bm j os se pusiero n mu y al ti\·os, y con no menor cólera respondía n á las prcgunt~s ele su adversa– rio. En c., tos momentos terciámos co n el P. Sa ntiago y unos d os intérp rctes ·m:'ts; y oímos al gunas vale ntonadas en con– tra del poder de Di os y del sacerd ote, tales como las si– guientes: ¿Acaso vosotros, les decía lfé, t'enéis mayor cono · cimi ento y poder que estos Jusiñamu yes (cliose;,) ("eñalánclo – nos á nosotros), que dice n cómo el Bautismo no mata, si no que ll eva al ci elo? Y los viejos, uninimes, dij er011: " Sí, sí; podemos y sabemos más que éstos.'' En stguicla tomó la palabra uno ele nuestros intérpretes, y le;, repuso que ellos eran u nos ignorantes y debían obedecer la \'07. del sacerdo– te, por¡scr em•iado de Di os. Ent o nces los bmjos, sin querer confesar su inferi oridad, añad iero n: "Estos J usiii amuyes no p ueden lo que nosotros podemos : nosotros, cuando nos da la gana, hacemos llover; hacemos caer fu ego del cielo, y si queremos que caigan rayos, los rayos caerán en esta misma hora." Para mí, q ue veía el acaloramiento ele los co ntendie ntes, y que por otra parte, no podía seguir el hi lo ele la cosa, por ignorar el dialecto, era ese cuadro bastan te enigmátis;o, no menos q ue interesante. Para sati sfacer, pues, mi curiosidad, h ice interrumpir la disputa y preg un té ligeramente al intér– prete lo que pasaba: me lo elijo, y al punto ordené quema n– dara i los bruj os real izar lo de los rayos, fuego y demás. Co nfieso, P adre, que en ese momento me disp use para ver alguna cosa adm irable ; pero los viejos se contentaron co n decir á nuestro intermediario que yo no tenía ningú n derecho para mandarlos, y que haría n esas cosas cuan do les diera la ·gana. Después de esto, tomó otra vez la palabra Ifé, y los bru– jos no querían ceder en nada. Viendo nosotros qu e se a umentaba el alboroto, y las pasio nes se iban encendiendo más y más, resolvimos apar– tarnos, ya para dar á nuestro cuerpo el indispensable reposo , p ues eran casi las diez de la noche, ya también para evitar cualquier fa lta de respeto hacia nosotros. Al día siguiente preguntámos en qué había termi nado la asamblea ; y parece que u nos y otros se cansa ron cle'ha– blar, y luégo sig ui eron nu estro ejemplo, de irse á dormir.
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