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-76- go de estar llenas de gente las casas, nadie quiso salir, á no ser unos viejos mal encarados que se asomaron á las puertas, y ele cuya actitud, maneras y modo de hablar, conjeturé el odio que nos tenían. P¡·egu nté á mi intérprete Jo que de– cían aquellos salv:ljes, y pronto fui enterado de cómo eran los brujos ele esa tribu, y que se oponían á que las madres saca· ran sus hijos, poni endo al mtsmo tiempo mucho miedo y asegurando que si dejaban lavar la cabeza (bautizar) á los niños, se morirían irremediablemente. U na mentira tál en esa gente ignorante, y la influencia, por otra parte, que tie· nen los brujos en todas esas tribus, fueron motivos podero– sísimos para ser nosotros desobedecidos. Viéndonos así despreciados, malicié llamar á nuestro amigo lfé, y al momento le expuse lo ocurrido, pues sabía yo muy bien que no opinaba como los brujos, porque á los po· cos momentos ele nuestra llegada, él mismo, sin ninguna in· sinuación nuéstra, nos presentó dos indiecitos, hijos suyos, para que los cristianáramos. ¡Cosa rat-a, Padre mío! Según le íbamos contando lo que ocurría, y las amenazas de los brujos, lfé iba mudando el semblante; los ojos le bailaban en sus órbitas, y pronto se pmo furioso como una fi era. A esto siguió el coger un látigo, y, como fu era ele sí, entraba y salía con .la velocidad del rayo, de una casa á otra, y fla· gelaba á cuantos encontraba. Los bmjos, viendo en tal actitud á lfé, trataron de huir para evitar el azote; pero saltó hacia ellos como una hiena, y estando, como estaban, completa– mente desnudos, recibieron una lluvia ele latigazos que queda– ron confundidos y terilblando ele miedo. Todo esto fue obra ele pocos minutos, y á poco estuvieron en la plazuela las indias con todos los niños de peclios para que los bautizáramos. Comenzámos la ceremonia: los brujos se alejaron de los demás y se fu eron al monte. El P. Santiago y yo estába– mos esperando, por momentos, otra nOI'eclael, quizá ¡,1eor ele la ocurrida; empero, no pasó contratiempo alguno, y pudimos bautizar en aqLtella tribu más de so p:\rvulos. Ahora ya á 1·er una escena no menos curiosa que la an– terior. A eso ele las nueve de la noche se le antojó á Ifé pedir ex– plicaciones á los brujos del por qué no querer el Bautismo para los indios. Para esto hizo tocar recios golpes en el ma– guaré, y ordenó que también dieran la señal para que salie– ran los brujos, que aún estaban escondidos en el monte. Cuando todos estuvieron reunidos, empezó el Cacique un solemne interrogatorio; pero los brujos haciéndose los eles– entendidos no abrían los labios, y, por algún tiempo, se

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