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Ahora verá el susto que nos dieron: A las pocas horas de andar, los indios se 'pusieron muy alegres y su buen hu– mor lo iban manifestando con los cantos y chistes que se dirigían unos :í otros. Pero muy pronto las gracias casi se convirtieron en desgracias; porque á uno de ellos se le cayó dentro ele la canoa la correa que le servía de ceñidor, y otro, sin malicia alguna y sin darse cuenta, se la pisó con los pies, que los tenía sucios de barro. Y sin más que esto, cogió la correa el que se consideró agraviado é hizo llover latiga– zos sobre las desnudas espaldas de su adversario. Este vién– dose así ultrajado, á su vez tomó el canalete y empezó á dar brutales ·golpes en las piernas y brazos del otro. De esta ma– nera se acaloró tánto el combate que por poco la pagamos todos los pasajeros con un triste naLifragio; porque entu– siasmados como estaban, se olvidaban de que eran bogas, y para no caerse al agua se cogían ele los bordes ele la canoa, resultando un vaivén peligrosísimo. De mi parte, quise ponerlos en paz; empero la ignoran– cia del dialecto y el que ellos no entendieran nada de nues– tra Jengua, fue causa ele que no lo hubiera conse¡;uido más pronto. Vino por fin la calma; re~nó en todos el silencio, y hubo la novedad de haber quedado los combatientes asaz contusos. Comúnmente y como en esta ocasión, así por niñerías se suscitan entre ellos las pendencias; y lo peor es que la mayor parte de ellas son causa no sólo de puñetazos, sino de rotu– ras ele cabezas y de muertes. De Filadelfia aún tuvimos que andar unas doce horas más para .Jiegai al puerto ele La Reserva, lugar qt!e habíamos elegido para celebrar la fiesta del Niño Dios. Con el !-in, pues, ele dar alguna solemnidad al misterio de la E.ncarnación, convinimos con los Sres. David Serrano y Cornelio Fosa, dueños ele aquel lugar, que hicieran llamar á todos sus indios. Esto, aunque no se hizo con una estrella como sucedió á los Reyes Magos, ni por el Angel de los Pastores, sí á la voz del Misionero. Comparecieron más ele cuarenta; y, á decir verdad, no fueron tan inhumanos como los betlemitas que negaron albergue al Niño Jesús. Con estos il)feliccs el R P. Santiago desplegaba su ca– ridad explicándoles, ya con símiles, ya con imágenes ele la Santísima Virgen y del Nii'io Dios, el misterio que íbamos á conmemorar. Los comerciantes también, de aquellas cercanías, no fueron sordos á nuestro llamrrmiento; reuniéronse como unos dieciocho, y todos, movidos de espíritu cristiano, se presta-

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