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-67- Ilesos, con salud y :-tlegres de haber hecho el bien á esos pobres salvajes, salímos de sus guari(hs y nos encaminámos para El Eucaulo, á disponer el viaje hacia el río Caquetá. El I. 0 de Dici embre, después ele haber ciado las gracias á nuestro buen amigo Gregorio Calderón, tomámos la canoa y seguimos ag uas arriba del Caraparaná hasta la pequeña vi– v•enda del negrito llctefonso Go nzález, cuyo 1ugar es conoci– do con el nombre de El Dorado. Las gentes de esta casa nos trataron con mucho respeto, y t1o fueron indiferentes á los actos religiosos que allí cele– brámos. Casualmente, tambi én se encontraba la Sra. Dolores . Quintero, hermana del Sr. Rogerio María Becerra, y así ella como su hija Carmen, con la mayor voluntad lavaron y aplan– charon toda la ropa destinada al culto, que en verdad, había mucha necesidad de ello. Habiendo bautizado algunos Güitotos y confesado varios blancos, salimos el 3 ele! mismo para el punto llamado San Antonio, casa de Bernardo Carvajal. Por no haber tra– bajo en este lugar, resolvimos co ntinuar la marcha al siguien– te día; mas un inesperado contratiempo nos obligó á desan– dar una pequeña jornada, y nos vimos precisados á pasar otro día allí. Lo que nos aconteció en aquella ocasión, sucede con frecuencia; y no queremos que otros sigan nuestro ejemplo. Hé aquí lo ocurrido. Nuestros caseros dijeron que el río daba muchas vuel– tas en a4uellugar; y un trayecto en que por agua se gastaban cinco horas, podíamos hacerlo en media hora por tierra. En este supuesto, con las instrucciones del caso, ordenámos á nuestros bogas que se a.ctelantaran con todo el equipaje, y nosotros debíamos salir unas dos horas despu és, luégo de bautizar á cuatro niños, híjos de blancos. Sucedió que h>s bo– gas, equivocando el punto de la cita, pasaron de largo, oca– sionando este error grande angustia, tanto á ellos como á nosotros. Ocho horas mortales pasámos en la orilla del río, hacien– do mil conjeturas sobre la causa de no comparecer: ya pen– sábamos que éramos nosotros los que habíamos equivocado el camino; ya nos venía el sobresalto ele que tal vez la ca– noa había naufragado, y otras cosas por el estilo; mas, entre– tanto que la men te se perturba ba, en el -cuerpo éramos víc– timas ele las hormiga,, qu e all í eran tántas y tan mortifi– cantes que no podíamos estar un instante en un solo lugar. Con estas intranquilidad es estuvimos hasta las cuatro de la tarde, hora en que comenzámos á oír á lo lejos el rui– do que produce el canalete en manos de quien lo maneja.

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