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- ÓJ- Pero refiriéndome ahora sólo á los huérfanos, diré: que aun los de su misma tri bu y, quizá, allegados, se muestran <:rueles y les niegan todo auxilio para su existencia. Entre los caucheros es cosa muy sabida, que si alguno necesita un indio para que le sirva, basta ir a las casas de ellos y averiguar al Cacique si tiene niños ó niñas huérfanas, y están seguros que se los dará todos. Al respecto se me viene á la memoria la contestación que obtuve de un blan– co al manifestarle que quería yo sacar unos dos indios para que me acdmpañaran en mis viajes. "Padre, me dijo: es lo más fácil conseguirlos. Ahora que va á las tribus, ·pregunte por todos los niños que no tienen padres y se los darán." Con la siguiente historia acaecida en una de las tribus que visitámos, se persuadirá mejor de la inhumanidad de es– tos indios con los huérfanos. Eran dos hermanitos, y cuando más necesidad tenían de la sombra de sus padres, los perdieron. El varoncito sólo tenía tres años, y la hermanita no pasaba de dos. El primero, acosado por el hambre y para no ver morir á su hermana, del mejor modo que podía y sus débiles fuerzas se lo permitían, la cargaba en sus espaldas, y tomando un machete, única herencia de sus padres, intcrnábase en el bosque, cortaba raíces de árboles, y con ellas alimentaba á la hermanita, no sin primero haber comido él también. Los demás indios, muy serenos y duros de corazón, conocían la necesidad de los dos, pero ninguno les daba siquiera un pedazo de casabe (pan de yuca brava) ú otra cosa que ellos suelen tener. Pasaron algunos días, y como era natural, se iban ago– tando' las fuerzas del pobre indiecito; pero seguía haciendo esfuerzos supremos para buscar el pan cuotidiano de su her– mana. Sin embargo, llegó un momento en que yá cansado de una vida tan penosa y viendo que su trabajo no era sufi– ciente para la existencia de los dos, resolvió enterrar viva á su hermana; para lo cual escarbó un poco la tierra, y con algunas ramas y unos pocos palos la cubrió, sin volverse á acordar más de ella. Mas Dios que cuida aun de los seres irracionales, no se olvidó de esa infelil!:, sino que la libró de la muerte de un modo muy singular, como ahora se va á ver: No muy lejos de donde esto sucedió, \'ivía un comer– ciante del Tolima, quien tenía mucha necesidad de algunos indios para el servicio de la casa. Este, no ignorando la di– cha costumbre de no hacer caso de los huérfanos, se dirigió á la tribu más próxima y solicitó del Cacique que le die¡·a

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